Artesanos
El bloc del cartero
Reivindica nuestra carta de la semana el valor de los viejos oficios y de los buenos y dignos artesanos que los desempeñaban. Un valor que no solo evoca, sino que demuestra, con una bellísima historia que recuerda a la que cuenta Jaroslav Seifert en Toda la belleza del mundo, acerca del encuentro, en su vejez, con la nieta de una muchacha amada en su juventud -si no la conocen, es buen pretexto para buscar el libro y leerlo-. Contrastan esa dignidad y esa belleza con la mugre y la fealdad que nos refieren otras cartas sobre la mala praxis de los poderosos de aquí y de allá; en particular, de esos que desde su convicción de impunidad, y su falta de escrúpulos, nos empobrecen y enturbian el aire que respiramos. Hacen falta más artesanos que alumbren la vida, menos tahúres que la ensombrezcan.
LA CARTA DE LA SEMANA
Reencuentro
Hace sesenta años dejé la casa familiar en Yanguas, un pueblo de Soria. A los niños de entonces nos gustaba observar a los artesanos. Mi preferencia: entrar en el taller del carpintero que me atendía con cariño y me daba trozos de madera para jugar. Este verano disfruté en esta casa familiar de un entrañable episodio. En el jardín corto una rama de un nogal que molesta al paso y, al notar su savia activa, tallo en ella un silbato con mi pequeña navaja. Por un camino anexo pasa un padre con dos niños de unos cuatro años.
Supongo que les ilusionaría el silbato y se lo ofrezco. Conversamos y les señalo un albergue próximo: «¿Estáis de vacaciones ahí en la casa rural?». «No -dice el padre-, tenemos una casa aquí. Conocería usted a Saturnino. Era el bisabuelo de mi mujer». Quedo admirado: «No solo a Saturnino, también a su padre, Ciriaco, que me acogía en su carpintería». ¡Estos dos niños son la sexta generación de Ciriaco! Los beso emocionado. Es hermoso devolver, tras ochenta años, en aquellos dos chiquillos, las atenciones que el viejo carpintero tuvo conmigo. Juan José Osácar Flaquer. Zaragoza
Por qué la he premiado… Por la belleza del oficio y el alma de ese humilde carpintero, que hizo llegar un silbato, a través del tiempo, a sus lejanos descendientes.
Oh, dólares sanadores
«Cuando crees que me ves, cruzo la pared, hago ‘chas’ y aparezco a tu lado…». ¿Alguien recuerda este tema ochentero de Álex y Christina? Bueno; da igual. El periodista saudí Jamal Khashoggi, que entró en el Consulado saudí de Ankara y no volvió a salir, no cruzó una pared ni, mucho menos, apareció al lado de su familia y amigos. ¿Hizo ‘chas’ y se evaporó? Todo apunta a que el ‘chas’ se lo practicaron a él hasta convertirlo en picadillo y así sacarlo en bolsas de papel, más ecológicas.
Demasiada delicadeza medioambiental, viniendo de un grupo torturador/descuartizador, encabezado por un forense. En sus últimas colaboraciones con importantes medios, Khashoggi denunciaba la falta de libertades en su país y la incredulidad sobre cambios a corto plazo. Error letal. De repente, unos países se vuelven ciegos y otros, sordomudos. ¡Oh, dólares sanadores de todos los pecados capitales! Al Jubeir, el primer responsable de Exteriores, dijo: «Estamos decididos a castigar a quienes sean responsables de este crimen». ¿Habrá algo que el petróleo, tan negro, tan fúnebre, no pueda comprar o purificar?
Alberto Fernández Araújo, Barakaldo (Vizcaya)
Hotel Lledoners
Desde que se hizo el traslado a Cataluña de Junqueras y compañía, todos sabíamos
-también quienes lo decidieron- que la prisión en manos de Torra se convertiría en un hotel. Ahora se confirma. piscina olímpica, jardines, recintos propios, visitas a todas horas, salas de reuniones y, como han denunciado los sindicatos, se ha expulsado a la gente conflictiva de su entorno.
Que nada los moleste. Es indignante que TV3 nos los venda todo el día como angelitos y mártires. Son personas que se burlaron de la Justicia -todos recordamos sus fotos riendo con las notificaciones judiciales al lado-, que pisotearon las leyes y que dilapidaron cinco millones de euros (casi mil millones de pesetas) a costa de todos los ciudadanos. Y ahora están tratados como vips y «haciendo largos en la piscina olímpica», como denuncian los funcionarios. Indignante.
Carmen Maciá (Barcelona)
Algo peor que la corrupción
Parece que la corrupción es el non plus ultra de las maldades de un político y a veces de un empresario. Pero no es así. Si un político exigiese un diez por ciento, pero se hiciese lo que hay que hacer y como hay que hacerlo… El problema es que ese tres o diez por ciento conlleva ponerse en brazos del que proporciona el servicio. Este lo sabe, y se aprovecha, dando menos calidad y/o cantidad. Es humano. El corrupto calla, otorga, y siempre es consciente de un cierto riesgo que conlleva. Pero, como hasta ahora no lo habían pillado, se ha confiado. Supongamos construir un auditorio, no muy necesario, y con presupuesto desorbitado. El corrupto empuja todo lo que puede. Y la empresa ganadora lo hará bien… o no demasiado bien. La corrupción es como andar con una pata de palo.
Ramón Gavín (Correo electrónico)
Gracias, Señor
Por esos ratos en los que pensé que era uno de los mejores vicepresidentes de nuestra historia y que sería un gran presidente para España. Por sentirme orgulloso de que un español alcanzase la presidencia del Fondo Monetario Internacional. Por hacerme creer que llevaría a Bankia a la cima de las entidades financieras. Por descubrirme finalmente su realidad. No hay nada más lamentable que creer en alguien que no lo merece.
La verdad resulta decepcionante al principio, pero gratificante después. Su comparecencia en el Congreso resultó lamentable, fuera de la realidad que le va a llevar a prisión. Parecía aún creerse ministro de Economía, poseedor de la verdad absoluta y con una sabiduría superior al resto de los mortales. Ni un ápice de autocrítica, de reconocimiento de su nefasta gestión y, sobre todo, de sus actuaciones al margen de la ley. Pero, sobre todo, gracias por hacerme sentir orgulloso de mi país. Es cierto que España está repleta de vividores, truhanes, buscavidas, vendedores de humo, ladrones… como siempre los ha habido. Pero ahora muchos se conocen y van a la cárcel.
Roberto Rodríguez Vesga (Bilbao)