Mi camarero favorito
Reinos de humo
Se llama Carlos, como yo. Y también igual que yo ya peina canas. Trabaja en una modesta sidrería de Navia, en Asturias. No sabe ni quién soy ni cómo me llamo. Simplemente me conoce de vista, pero me recibe, como al resto de los clientes, siempre con una sonrisa en la cara. Nunca saluda con un «hola, chicos», sino que trata a todo el mundo de usted y con el máximo respeto, lo que no le impide sacar de vez en cuando unos toques de ironía. Atiende él solo una decena de mesas, y lo hace con agilidad y eficacia. Y sin quejarse nunca, al menos ante el público, sin resoplar ni refunfuñar, sin un mal gesto. No engaña. Si le pregunto por unos percebes que veo recomendados como sugerencia del día en la carta, me dice que mejor no los pida. No aspira a trabajar en un tres estrellas ni se lo plantea, pero es un profesional de la cabeza a los pies, mucho mejor que otros que atienden en restaurantes de más postín. Próximo a su jubilación, pertenece a una generación que por desgracia va desapareciendo de nuestros comedores, pero seguramente no lo sabe. O no le importa, él ya ha cumplido con creces en su vida. Me gusta su forma de entender su trabajo, su convicción de que no es un desdoro servir a los demás. Sabe que tiene que hacerlo, y lo hace. Carlos es mi camarero favorito.
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