Aplausos
EL BLOC DEL CARTERO
Héroes
España vive la peor tragedia desde la última guerra civil. Tragedia tan larga y destructiva que dejará tales heridas y cicatrices, que será ímproba tarea curarlas y maquillarlas. Tal vez sea que la vida, de vez en cuando, te baja del pedestal con un palmetazo en los nudillos; pero no es de justicia generalizar, ni busco culpabilizar ni condenar a nadie. Que, cuando llegue el momento, sea el pueblo el que se pronuncie. Además, para qué entrar en ello cuando toda nuestra clase política tiene algo que callar. Ortega dijo que en España lo que se ha hecho lo ha hecho el pueblo o se ha quedado sin hacer. Una vez más, las actuales circunstancias, tan orteguianas, han vuelto a darle la razón. Si paseamos por nuestra historia, veremos que los buenos gobiernos fueron escasos, que el pueblo jamás fue dueño de su destino y que siempre estuvo dispuesto a deshacer entuertos. Al fin y al cabo, El Quijote se escribió aquí. En mi doméstico confinamiento, jubilado, me siento un privilegiado que pide con todo respeto que entendamos de una vez que un español no tiene qué llevar impreso en su ADN un héroe. Cuando en un país los héroes son imprescindibles es que algo no funciona.
Enrique J. Cavero Cubero (Zaragoza)
Por qué la he premiado… Por su decir sereno y a la vez sin ambages, quizá hoy el binomio más necesario.
Yo sí quiero tus aplausos
J. A. M. (Valencia)
Cerré la ventana
Los primeros días también salí a mi ventana. Con seriedad, nos mirábamos aplaudir. Más tarde, alguien puso Resistiré, del Dúo Dinámico; resonaba en todo el barrio y seguíamos aplaudiendo en silencio. Era difícil aguantar las lágrimas. Fueron pasando los días, la gente seguía saliendo, pero se empezaron a oír gritos, conversaciones, silbidos, cacerolas. Una tarde, un vecino empezó a tocar una guitarra y a cantar, el resto lo jaleaba. Al finalizar: «¡Otra, otra!». Y aquello empezó a parecer una fiesta popular que ya nada significaba para mí y cerré la ventana y corrí las cortinas y me pregunté si aquello era adaptación a la situación o inconsciencia… No lo sé, sí que a esa hora me siento mejor cerrando la ventana, pensando en lo frágiles que somos, en cómo puede cambiar todo de repente, sin aviso, y cómo tratamos de alejar cuanto nos recuerde esta realidad.
María Del Río Pérez (Correo electrónico)
Entierro clandestino
Todo empieza con una llamada en Jueves Santo: mi madre ha fallecido. Tras 12 días, perdía la batalla con un virus que no quiero ni nombrar. Comenzaba un viaje en solitario de esos 500 kilómetros que siempre habían sido como un cordón umbilical que me unían a quien me dio la vida y mucho más. Una travesía distinta esta vez: parecía que habían dejado la autovía libre para que nadie me viera llorar. Me han robado despedirme de ella y esos besos manchegos ruidosos que te dejan la piel enrojecida. Ni las campanas doblaron por ella. El último acto en el cementerio parecía un entierro clandestino: que nadie vea que entramos más de tres. Como si hiciéramos algo malo. Todos con la boca tapada y guantes para no dejar huellas. Hasta el cura embozado hizo unas plegarias. ¿Por qué en la televisión no salen estos entierros y solo vemos actos ya convertidos en folclóricos o de quien es más original en los balcones? ¿Por qué ocultan este sufrimiento? ¿Qué quieren tapar? No culparé a nadie, pero tiene que haber responsables de que esto se haya ido de las manos. Homenajeemos a los sanitarios que tanto hacen, pero que Resistiré no tape los ataúdes que hay detrás.
José A. Picazo, Martorell (Barcelona)
Los expertos incorpóreos
Fue muy sonado, cuando se formó el Gobierno, la cantidad de carteras que se repartieron. No estoy ni a favor ni en contra de separar el ministerio de las peras del de las manzanas, pero, como poco, esperaría encontrar una manzana y una pera al frente de su respectivo ministerio. A raíz de unos comentarios en redes donde criticaban al ministro de Sanidad por no saber lo que es la cloroquina, he buscado el CV de este ministro. Resultado: filósofo; un filósofo dirigiendo la sanidad, con el papel de dar órdenes para un montón de hospitales, o lo que es lo mismo: una naranja al frente de un montón de manzanos. La sanidad española está muy especializada. En este último año, los presentados al MIR 2020 elegiremos (cuando sea posible) entre 44 especialidades. Ahora los manzanos sufren, y como la naranja no sabe, el Gobierno escurre el bulto a través de la mención a los expertos. Y con la cosa de los expertos, nadie se hace responsable de nada (con excepción del doctor Simón, que menuda le ha caído). Los españoles nos hemos resignado a asumir que las decisiones atañen a unos estudiosos incorpóreos, igual que un niño se conforma con acostarse y no conocer a los reyes magos porque sabe que recibirá sus juguetes. Con todo lo que ha pasado, creo que a partir de ahora los gobiernos deben procurar que sus ministros tengan nivel académico y cierta experiencia técnica relacionada con sus funciones; si no, veo difícil responder adecuadamente ante las situaciones más graves.
Gema García Cortés (Badajoz)
Hipótesis muertas
¿Dónde estaban los grandes gurús hace dos meses, los superventas? ¿Dónde estaban Ray Kurzweil, Yuval Harari, Pinker, Van Middelaar, i‑ek, Byung-Chul Han…? Todo es papel mojado, todas sus hipótesis están muertas. La ‘teoría de la falsación’ de Popper no solo tiene fundamento en las ciencias, negando el fundamento místico de la misma, sino que esta teoría es aplicable a las humanidades como nos ha demostrado esta crisis. Esto no nos debe llevar al relativismo. La enseñanza es que nuestro común denominador es la fragilidad, es nuestro sino, no podemos huir de él. Apenan esas personas, parejas, familias que se dibujan, aparentan un disfraz de fortaleza; cuanta mayor perfección aparentes, más debilidad estáis escondiendo. Nuestra condición humana es débil: en nuestras relaciones, en nuestra forma de ser, de vivir, dejemos de aparentar… La vida nos ha dado un guantazo; los que sigamos con vida, aprendamos la lección y levantémonos. No es cuestión de ir con la cabeza gacha, triste. Es lo que somos. Cuanto antes lo asumamos y lo aceptemos, antes nos recuperaremos. Ánimo, ya queda menos. En nuestra debilidad está nuestra fortaleza. Nos lo dijeron hace 2000 años.
Matías Méndez Pérez (Correo electrónico)
Nunca mencionados
Muy buen artículo el de Gente extraordinaria, pero ¿por qué (vosotros y el resto de medios) nunca mencionáis a los que día tras día estamos atendiendo al público, reponiendo el dinero en cajeros, resolviendo incidencias, etcétera, en las entidades financieras? Resulta que estamos ahí desde que se decretó el estado de alarma, somos servicios básicos y ya nos gustaría estar confinados con nuestras familias. Pero como las/los cajeras/cajeros de los supermercados, los taxistas, los transportistas y resto de ciudadanos que trabajan en los servicios básicos, tenemos que ir a trabajar todos los días, y creedme que estamos bastante expuestos al COVID-19, como los sectores a los que siempre se agradece su gran labor estos dos últimos meses. A lo que añado la exposición a la falta de empatía de muchos que nos toman como excusa para salir a la calle y luego nos faltan al respeto porque solo podemos atender aquellos asuntos que son urgentes. Aún a nuestro pesar no hemos escuchado a ningún medio que agradezca nuestro trabajo. Quizá somos víctimas de la mala fama de los bancos, pero resulta que los que estamos ahí ‘dando el callo’ cada día somos personas y, como tales, a todos nos gusta que nos reconozcan nuestro trabajo y se acuerden de nosotros.
María Ángeles Tormo Sotomayor (Correo electrónico)