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Pequeños

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EL BLOC DEL CARTERO

Hace una lectora uno de esos análisis que no solemos permitirnos, y menos cuando el clima se enrarece y emergen las tensiones que siempre están entre nosotros, esperando para asomar con toda su ferocidad tan pronto como el miedo se relaja y se nos enfría la solidaridad frente al mal común. Cada uno de nosotros somos pequeños frente a lo que no comprendemos, frente a lo que nos desborda e invalida nuestras seguridades. Y la naturaleza, esa compañera de nuestro existir a la que tan poco respetamos, puede ponernos en esa tesitura cuando se le antoje. Lo cuenta nuestra carta de la semana, relato del viaje de un afectado por el virus, o la que se saca del alma el padre de un niño con autismo. Nos hace falta ser más humildes. Y recordar, a diario, que todos dependemos de todos.

LA CARTA DE LA SEMANA

Un viaje inesperado

Acabo de salir del hospital, afectado por la COVID-19. Aquí he vivido un viaje inesperado y sin equipaje a dos espacios que nunca pensé que haría a mi edad. Empieza ingresado en la planta del hospital. Me siento mal desde hace días; todo se precipita y me llevan a la UCI. Te ves rodando en una cama con la botella de oxígeno en tus pies y tus pertenencias a un lado, mirando los techos pasar, y a los sanitarios a los costados dándote ánimo. El ascensor baja y pienso: «Esto no me está pasando». Y me sorprendo sintiéndome relativamente tranquilo. Y llegamos a la UCI, y solo veo nuevos techos, nuevas salas. Todo blanco. Se arremolinan en torno a mí personas del espacio sideral, con trajes galácticos. Cada uno en su papel y, como los equipos de F1, haciendo lo que toca. Y ya, luego, llega la calma en tu box. Y durante los días que pasan, entre esas cuatro paredes blancas, se inicia el viaje al segundo destino, mi espacio interior. Un viaje de pensamientos, de reflexión, de preguntas incómodas. De preguntas sobre tus comportamientos, sobre tu vulnerabilidad actual y la incertidumbre futura; sobre cómo asumir una fecha de caducidad desconocida, pero cierta.

Miguel Ángel Pérez Vaquero (Vitoria-Gasteiz)

Por qué la he premiado…  Por el vivo relato de ese viaje indeseado que hoy nos impide todos los demás viajes.


Aner

Me despierta Aner llorando. Son las 4 de la mañana. Lo llevo a la cocina. No entiende de recompensas. No le puedo decir: si te duermes, te compro un juguete. He de darle la medicación y abrazarlo en la cama aguantando sus lloros y pellizcos hasta que cae rendido a las 5. A las 8 se despierta. Mi cuerpo está machacado. Me dormiría hasta las 11. Pero el autismo de Aner no entiende de nada que no sea su hambre. Hago tostadas medio dormido, también un colacao a su hermano, Erik, despierto por los berridos de Aner. Es un ángel. Nunca se queja. Sabe que su hermano no entiende. Por la tarde, mientras Erik hace deberes en la cocina, pongo en el salón los payasos de la tele, lo único que distrae a Aner. Llega la cena. Con un yogur le doy a las 9 su pastilla para dormir. A veces cae. Cuando no, el cisco es de campeonato. Para que mi mujer, su hermano y los vecinos duerman, doy vueltas de 12 a 2 con el coche y la música a tope, que voy bajando, y cuando cae, vuelvo al garaje y lo llevo a la cama. Siempre que aplaudo a las 8 con Erik en la terraza lo hago también por él, para que se airee. Qué olvidadas estamos las personas cuando lo que nos pasa no es una cosa que afecte a la gran masa. Yo moriré de un infarto, con Aner en mis brazos, porque jamás tiraré la toalla, pero me siento solo en una lucha que sé que perderé. Y la diputación se limpia la conciencia dándome una prestación y un auxiliar de apoyo. Los sanitarios saben bien lo que es luchar día y noche durante dos meses. Imaginen eso toda una vida. Espero que esto sirva para que una persona de las que puede tomar decisiones reflexione.

Miguel Ángel Estrada Goiti (Vizcaya)


 ¿No se han enterado?

Al parecer, a los futbolistas, privilegiados que cobran un pastizal y a los que hace tiempo se les hizo el test de la COVID-19, no les apetece jugar sin público, no es lo mismo, dicen. A mí tampoco me apetecía trabajar con delantales de plástico, gafas donadas, manguitos que nos hacíamos con bolsas de basura y que nos pegábamos con esparadrapo; con 2 pares de guantes; 2 mascarillas con vida útil de horas, reutilizándolas una semana. Te duele la cara, la cabeza, no ves, te pica todo, no puedes ni beber, aunque sudes a mares… Lo que he cobrado no paga la preocupación de llevarte la enfermedad a casa, ni la pena de ver lo que hemos visto, personas muriendo solas, ojos que solo eran miedo, lágrimas de pacientes, de compañeras y propias. Y nadie nos había preparado, ni física ni psicológica-mente. En cuatro meses acumulo ya siete contratos, he perdido los días de asuntos propios y no tendré vacaciones: mi último contrato es de 22 días. Finiquito y a por el siguiente. El test me lo han hecho a finales de abril, dos meses después de vivir con pacientes con COVID-19. Señores futbolistas, hagan su trabajo. Esto ya no es lo mismo para nadie, ¿o es que aún no se han enterado?

Almudena Álvarez García, Vitoria (Álava)


 Los chicos  del cable

Comparto con el lector un detalle amigable de nuestro trabajo en el hospital. Tras el pase de visita a los enfermos de COVID-19, ajustados los tratamientos y realizadas las peticiones de pruebas para el día siguiente, llamamos por teléfono a los familiares para informarles de las novedades del ingreso de sus seres queridos, ya que entendemos la incertidumbre que supone no poder visitar a padres, madres, hermanos, hijos, abuelos… Y es entrañable escuchar de fondo a tus compañeros explicando qué es un «parámetro inflamatorio» en la analítica, disertar sobre la prueba de PCR de detección del virus, e intentar resolver  dudas sobre la probabilidad de contagiarse en infinidad de escenarios hipotéticos. Uno no puede contener la sonrisa al ver el sudor de mis compañeros tras resolver las miles de dudas (que todos tendríamos en esa situación) y, por supuesto, al recibir el agradecimiento de las familias de los pacientes por esos minutos, probablemente lo más gratificante de una enfermedad que nos está arrebatando lo que más queremos y que intenta acabar con nuestra tendencia social. No lo va a conseguir.

Iñigo Pineda Abel de la Cruz (Pamplona)


Cuando el mal también trae bien

Se dice, y se dice bien, que no hay mal que por bien no venga. Y el mayor bien de esta pandemia es lo que nos enseña. Primera enseñanza: tras los recortes continuados en la sanidad pública, hemos descubierto que faltan medios para afrontar una crisis sanitaria. Segunda: nos quejábamos de nuestra salud y ahora bendecimos los achaques. Tercera: odiábamos el trabajo y ahora lo deseamos. Cuarta: teníamos abuelos medio olvidados en residencias y hoy sus muertes nos increpan. Quinta: algunos padres han descubierto que tenían hijos, y algunos hijos, que tenían padres. Sexta: azuzados por el miedo, concluimos que hacer una pequeña previsión económica viene bien en tiempos difíciles. Séptima: hemos comprobado que la contaminación solo se elimina con la reducción de la actividad humana, no con el Día sin coches. Octava: la solidaridad y la empatía ya son valores humanos en alza. Novena: en la reclusión hemos encontrado el verdadero valor de la libertad. Y décima: éramos superficiales y frívolos y ahora todos somos filósofos.

Pedro Serrano, Antoñán del Valle (León)


Adiós, José Manuel

Se ha ido un compañero, José Manuel Fernández Cuesta, otra víctima de este maldito virus y la mala gestión. Ya no podremos tener otra ‘discusión’ sobre la defensa a ultranza que hacías de las causas perdidas. Siempre fuiste un poco ‘caballero andante’, desde la facultad, y también un hombre sencillo, afable, a veces testarudo, y que amaba, después de su familia, su profesión y el campo, esa tierra donde conseguía olvidar el estrés de esas guardias, muchas interminables y agotadoras. Quizá a algún político, andaluz o nacional, incluso a algún periodista, les suene tu nombre. Incansable, escribiste a todos para concienciarlos de la penosidad del trabajo en Urgencias a determinadas edades. O quizá no le suene a ninguno, solo porque era la carta de un gran médico anónimo que perdió la vida dándosela a su vocación: atender con dedicación y cariño a los pacientes que en cada momento lo necesitaron. Adiós, amigo.

Carmen Serrano Martínez (Correo electrónico)


¿Quieres salir como entraste?

Hace unos días me decía una amiga: «En esta cuarentena va a haber dos grupos: los que se aburren en sus casas y a los que les ha pasado una tragedia». Es evidente que habrá distintas vivencias, pero no así. Esto es una tragedia para todos, pero, a su vez, una oportunidad única. ¿Cuándo tendremos un parón tan bestia en nuestros ritmos de vida? ¿Cuándo vamos a sentir tanta incertidumbre? Personalmente, me está resultando una cura de humildad ante el ficticio control que creemos tener sobre nuestras vidas. ¿Cuándo volveremos a experimentar lo que en otros países es el pan de cada día? Por tanto, los dos grupos en los que se puede dividir la vivencia de esta pandemia son: el de quienes quieren volver cuanto antes a sus vidas y el de quienes sacarán algo profundo de esto. De verdad, ¿quieres salir de esta igual que entraste? Yo me niego.

Lucía Platero (Madrid)

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