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Respirar

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Respirar

EL BLOC DEL CARTERO

Resulta significativo, como señala nuestra carta de esta semana, que la última frase de George Floyd, el ciudadano estadounidense muerto en el curso de una detención policial en Minneapolis, fuera «no puedo respirar». Respirar como más nos gusta, a pleno pulmón, se ha vuelto imposible, de un tiempo a esta parte. Para algunos, en sentido literal, por culpa de una enfermedad traicionera y cruel. Para muchos otros, en sentido figurado, porque les falta el aire para llevar a cabo su proyecto vital o porque se sienten envueltos en una atmósfera cada vez más enrarecida por tantos productores de gases tóxicos, capaces de envenenar incluso las movilizaciones para protestar por un acto intolerable desviándolas a lo suyo. Quizá sea el de respirar el primer derecho que debamos hacer por restablecer, en la nueva normalidad.

LA CARTA DE LA SEMANA

No puedo respirar

No me digáis que no es de película. Un hombre muere víctima de la violencia policial, y sus últimas palabras dejan el eslogan perfecto para quienes se alzan contra la crueldad que lo ha matado. Como si la víctima expresara su legado al expirar, y su verdugo lo propiciara de modo cómplice al estrangularle. Y todo ello, en mitad de una pandemia en la que, precisamente, los enfermos… no pueden respirar. Les falta el aliento como al pobre ejecutado, son víctimas de un virus que colapsa sus vías respiratorias. Y todo ello, además, en medio de una atmósfera política enrarecida, sofocante, de acusaciones y enfrentamientos que llevan, precisamente… a un clima irrespirable, donde ya no circula el aire entre los adversarios. Y no olvidemos que el propio aire… se ha vuelto asfixiante, porque hemos intoxicado al planeta hasta tal punto que no llegan sus pulmones a llenarse sin causar una tos áspera y sibilante. Y no, ya no se puede respirar. Y el mundo entero se ahoga y sentimos esa presión en nuestra tráquea porque tal vez, como ese hombre de Minneapolis, estemos exhalando nuestro último aliento.

Alejandro Ordiales Riestra (Madrid)

Por qué la he premiado… Por la perspicacia para leer, entera, la metáfora de un tiempo, en efecto, irrespirable.


Un aplauso vacío

Dentro del inmenso dolor que nos atenaza, envuelve y persiste en la levedad de nuestros sueños aunque quieras evadirte de ellos, hace solo unas semanas encontrábamos un rincón de desahogo, de esperanza y de inmenso agradecimiento. Un momento en el que el aplauso compartido intentaba inculcar ánimo y apoyo a todos los que, día a día, luchaban contra sí mismos, contra su dolor y contra su agotamiento, por evitar una lágrima, un momento de desfallecimiento, de pena infinita… Y no, no se equivoquen, la lucha era contra sí mismos, porque sabían que esa lágrima contenida les daba fuerzas para seguir luchando. Y no podían parar, hasta caer extenuados. Ni tan siquiera ese leve momento de consunción los descansaba. Su delirio continuaba en la profundidad de sus sueños y, cuando volvía la vigilia, el horror y la desesperanza los atormentaban un día más. Hace ya unas semanas que los aplausos no se oyen en nuestros balcones. Ni siquiera eso nos queda; y lo que es peor, ni siquiera eso les queda; peor aún, ni eso ya los consuela. Mientras tanto, seguirán conteniendo sus lágrimas un día más. Ya no sabemos contar a nuestros muertos. Su lucha diaria persistirá, aunque el aplauso, si lo hubiera, sonase a vacío. ¡Qué pena!

Andrés López-Muñiz (Zaragoza)


 Yo, ‘youtuber’

Suena el timbre, abro al repartidor de Amazon que llega con una caja enorme. «Al fin», pienso, «mi trípode ya está aquí y con él, mi aventura como youtuber». Me preparo cual profesional: teléfono, trípode, buena luz, buen ángulo y… acción. «Hooolaaaa chicooos, cómo estáis?», digo de modo efusivo mientras sonrío de oreja a oreja. Sigo hablando, pero me acabo perdiendo; con tanta motivación he olvidado qué iba a decir. Me creí el Rubius… Lo reintento y logro grabarme durante 5 minutos. «Esto es más difícil de lo que imaginaba», pienso. Creí que me transformaría inmediatamente en una profesional del periodismo, pero incluso el término amateur sería demasiado benévolo para calificar mi nivel ante la cámara.  Intento ser un poco autoindulgente y me digo que «nadie nace aprendido» y que con el tiempo mis vídeos serán mejores. No soy youtuber, soy una profesora que se ha tenido que adaptar a los tiempos. Olvido mis prejuicios y, con seriedad y calma, miro a la cámara y digo: «Hola, buenos días, hoy vamos a hablar del lenguaje literal y del lenguaje figurado…», y tras unos cuantos intentos, subo el vídeo.

Andrea Casal (A Coruña)


Cambio de paradigma

Ninguno de nosotros podemos acostumbrarnos a esta difícil situación que vivimos, pero a lo que jamás me acostumbraré es al odio a una raza, a una religión, a un género, a una forma de pensar. La muerte de George Floyd no es un suceso aislado y los americanos lo saben, como decía Martin Luther King: «La injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia de cualquiera». Toda la humanidad está ante ante nuestro mayor y más difícil examen: el mayor enemigo, además del virus, es el odio. ¿Existe vacuna? La debemos buscar entre todos, pero un buen punto de partida sería que todas las personas se cambiaran de gafas y se pusieran las de un niño, para ver la realidad sin tantos prejuicios, miedos e inseguridades. En definitiva, sin esos sentimientos que nos hacen más débiles como personas. Científicos y médicos están haciendo todo y más para encontrar esa vacuna que nos libre del virus. Sin embargo, muchos políticos, además de no estar a la altura, inoculan el odio en la sociedad al tiempo que nos piden que vayamos de la mano en esta reconstrucción que nos toca. Todas las sociedades civiles de la mayoría de países terminan dando ejemplo y lo volverán a hacer; estoy seguro. Aunque, si por cada insulto en el parlamento hubiera un minuto de silencio, no habría en este país ni en otro mucho más sonido que el de los pájaros. Que nadie siga, por favor, sintiendo miedo por ser de otra raza, de otro género o de otra religión, ¡Basta ya! Pido, por favor, a todos los políticos nacionales e internacionales que actúen como servidores públicos y como verdaderos representantes de todas las diferentes voces que existen en una sociedad. Porque el pacto social se hizo entre sociedad y representantes y ya imaginan quién está incumpliendo.

Miguel Galán Martínez, La Cala del Moral (Málaga)

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