Con este cuchillo de cocina, Lorena Bobbitt le cortó el pene a su marido en 1993. Ahora, por primera vez, un documental pone el foco en el dolor de esta mujer. Una historia de maltrato y violaciones muy distinta a la que saltó a los titulares. Por Amy Chozick
Lorena habla con total naturalidad del asunto. Allí -dice- está el hospital donde los cirujanos le cosieron el pene a su marido, John Wayne Bobbitt, después de que ella se lo cortara con este cuchillo de cocina mientras dormía en la noche del 23 de junio de 1993.
A un cuarto de hora de distancia está el campo donde arrojó el pene amputado por la ventanilla de su coche. ¿Por qué lo tiró? «Tenía que conducir, y con esa cosa en la mano no podía, claro. Así que tuve que tirarlo». Claro.
Un poco más adelante, en la misma calle, está el salón de manicura donde trabajaba y en el que buscó refugio aquella noche. «No soy vengativa. Por eso les dije dónde estaba el pene», cuenta Lorena. Se refiere a los policías que, pasadas las cuatro y media de la madrugada, peinaron la cuneta en busca del miembro amputado. Cuando lo encontraron, lo metieron en hielo dentro de un envase para perritos calientes. Luego se dirigieron a toda velocidad al hospital, donde en una proeza de cirugía, que se prolongó nueve horas y media, le fue reimplantado a su propietario, (casi) totalmente funcional.
Esos son los detalles que mucha gente conoce y que Lorena relata con indiferencia. Pero la historia que ella quiere contar es otra: la de una joven emigrante de Ecuador, maltratada durante años, a la que su marido había violado la noche de autos, que no veía salida y que finalmente no pudo más y pasó a la acción.

Ella en la actualidad. Ahora usa su apellido de soltera. Gallo. «Los motivos por los que lo hice le daban igual a todo el mundo».
«Solo se centraban en eso», dice Lorena, refiriéndose al pene. Cómo fue cortado, cosido y luego, un par de años más tarde, alargado quirúrgicamente. Lo demás quedaba al margen. Eran tiempos muy anteriores al movimiento #MeToo. «Los motivos por los que lo hice le daban igual a todo el mundo».
De hecho, casi nadie sabe que antes de que empezara el juicio contra Lorena su marido fue acusado de agresión sexual (cargo del que sería declarado inocente). La violación dentro del matrimonio acababa de ser incorporada como delito en la legislación estadounidense. Muchos periodistas se preguntaron entonces si algo así era posible, si lo de violar a la propia esposa no era una contradicción.
Su marido presumía de obligarla a tener sexo
También son muchos los que han olvidado que el jurado absolvió a Lorena por enajenación mental transitoria. Que numerosos testigos confirmaron la presencia de hematomas en sus brazos y su cuello. Que llamó muchas veces a emergencias y que su marido presumía delante de sus amigos de obligarla a mantener relaciones sexuales. En los años que siguieron al juicio, John tuvo que cumplir dos condenas de cárcel por violencia contra otras dos mujeres (él siempre ha negado las acusaciones). «De lo que se trata aquí es de una víctima y de una superviviente», dice Lorena.

Lorena durante su declaración. Fuera del tribunal, vendedores ambulantes ofrecían camisetas con la leyenda «Love hurts» (‘El amor duele’) y dulces con forma de pene; dentro, Lorena temblaba delante de los jueces.
Su versión de lo ocurrido la cuenta ahora esta mujer en un nuevo documental titulado Lorena, que se puede ver en Amazon Prime. Lleva años ayudando a víctimas de violencia doméstica con su fundación, Lorena’s Red Wagon. Ese es el motivo de que hoy vuelva a hablar de aquella noche de 1993, la noche en la que Lorena Bobbitt entró en la historia de la cultura popular con un acto que llegó a aparecer reflejado en una novela de Philip Roth y en la letra de un tema del rapero Eminem.
“Fui objeto de muchísimos chistes. Se reían de mi sufrimiento”, afirma hoy Lorena, que sigue viviendo en la misma ciudad
Lorena sigue teniendo los ojos tristes, aunque hoy es una mujer de 49 años que ha triunfado en su trabajo. Vuelve a llevar su apellido de soltera, Gallo, aunque cuando la gente la ve por Manassas no tarda mucho en reconocerla como «esa» Lorena. Cuando le pregunto por qué no se ha mudado a otra ciudad, responde: «Vivo aquí. Este es mi hogar. Por qué tendría que dejar que salga ganando él?».
Ya por la tarde, nos paramos a tomar un café cerca del tribunal donde en 1994 narró delante del jurado cómo su marido, antiguo soldado, la agredía de forma habitual.
“Solo quería tener una vida normal”
Hoy, la mayoría de la gente es amable con ella. Una mujer la reconoce mientras conversamos, y Lorena sonríe con educación y posa para una foto. Desde el principio se ha negado a que John siga marcando su vida -él todavía le escribe cartas de amor-, pero también es consciente de que en su pequeña ciudad le es imposible escapar de su historia y del apellido que llevó. «Sé que todavía soy Lorena Bobbitt», dice.

Lorena Bobbitt cortó el pene de su marido después de que hubiese abusado sexualmente de ella; algo que ella ya había denunciado. Por entonces, la violación en el matrimonio acababa de incorporarse en el Código Penal estadounidense.
En 1994, después de pasar una breve temporada en una clínica psiquiátrica por orden del juez, volvió a trabajar en la manicura. Luego fue peluquera y finalmente agente inmobiliaria. Iba regularmente a la iglesia, también se matriculó en la universidad. Allí conoció a David Bellinger, su actual pareja. Fueron amigos durante mucho tiempo antes de empezar una relación. Antes de salir con él no lo había hecho con otro, dice, ni se lo planteó. ¿Cómo iba a funcionar siendo ella «esa» Lorena? La pareja vive con su hija de 13 años.
«Después del juicio, no había día en el que fuera al supermercado sin que alguien dijera: ‘¡Oh, Dios mío, la conozco!’». A ella le daban ganas de salir corriendo. «Solo quería cuidarme a mí misma y a mi familia. Tener una vida normal».
John Wayne Bobbitt se convirtió en una estrella porno y en invitado habitual de la televisión. «No creo que él la violara», dijo una vez un presentador, «no es tan atractiva». La propia Lorena también dio unas cuantas entrevistas, pero rechazó la oferta de posar para la revista Playboy por un millón de dólares. «Un millón es un millón -dice hoy-. Me habría venido muy bien, pero no me educaron así».

John Wayne Bobbitt se convirtió en un actor porno. «Lorena no fue una víctima», dice.
Mientras muchas mujeres defendían a Lorena y se preguntaban qué le habría hecho John para que ella reaccionara así, algunas feministas le reprocharon perjudicar la causa al hacer parecer a las mujeres como locas peligrosas. Las activistas contra la violencia de género intentaron cambiar el foco de atención, alejarlo del miembro cortado. «Nadie se interesaba por nada que no fuera John, su operación y su ‘pérdida’. Dimos un montón de entrevistas -recuerda Kim A. Gandy, antigua presidenta de la Organización Nacional de Mujeres de Estados Unidos-. Y muchos nos decían cosas del tipo: ‘Venga, si es lo que las feministas siempre habéis querido hacer’».
Aunque en la mayoría de los relatos que se hacían ella aparecía como «esa señora loca y celosa», en palabras de Lorena, no cabe duda de que su juicio tuvo un gran peso en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.
Esta parte de la historia es la que quería contar el documentalista Joshua Rofé. Para ello entrevista a Lorena, pero John también toma la palabra desde su casa en Las Vegas. Él sigue fiel a su versión: que ya tenía pensado divorciarse y que, después de que él se negara a mantener relaciones sexuales aquella noche, su mujer le cortó el pene mientras dormía, como venganza.
“He tenido sexo con muchas y ninguna se ha quejado”
En una conversación telefónica, John me cuenta que todavía no ha visto el documental, pero que el autor ha intentado dejarle mal: «Lorena no fue la víctima, fue la culpable», dice. No es la única acusación que se recoge en el filme. Por ejemplo, una exnovia asegura que John la ató a una cama y la violó durante días. «Eso no son más que mentiras, estoy cansado de ellas -responde él-. He estado con muchas mujeres, con muchísimas, y ninguna se ha quejado nunca, salvo Lorena…». Guarda silencio durante unos instantes y añade. «Y Joanna».
“¿Cómo puedes arrepentirte de algo que nunca quisiste hacer? -dice Lorena-. En aquellos momentos, no sabía lo que hacía”
De vuelta a Manassas, Lorena me responde a la pregunta de si se arrepiente de lo que hizo. «¿Cómo puedes arrepentirte de algo que nunca quisiste hacer?». Y vuelve a contar lo que ya declaró ante el tribunal en 1994. John llegó borracho a casa. La violó. Ella fue a la cocina a por un vaso de agua, vio el cuchillo y se le vinieron a la cabeza todos los años de abusos. Luego ya no recuerda nada. «Puedes arrepentirte de haber comprado un coche rojo en vez de uno negro porque tomaste una decisión equivocada», afirma Lorena. Pero ella no decidió nada. «No sabía lo que hacía».
Pero no me refería solo a si se arrepentía de lo que hizo, también si se arrepentía de haber convertido a John Bobbitt en famoso, de haberle garantizado unos ingresos, pequeños pero regulares, y quizá de por vida. La vida son decisiones, dice. «Él puede decidir. Es su vida. Creo que no tengo nada que ver en lo que él haga con su vida después del incidente».

Uno de los forenses muestra el miembro amputado durante el juicio.
El incidente. Así se refiere Lorena al acto cuya mención basta para que muchos hombres no puedan evitar llevarse la mano a la entrepierna. Ha tenido que aceptar que su historia no se pueda contar sin ciertas dosis de humor negro. «Aquellos días fui objeto de un montón de chistes. Era algo cruel -cuenta-. ¿Por qué se reían de mi sufrimiento?». Pero hoy, dos décadas y media y muchas sesiones de terapia más tarde, Lorena por fin lo entiende. Entiende que todo aquello del miembro cortado, la ‘bandeja para perritos calientes’, el ‘Frankenpene’ y ese apellido imposible de olvidar son el motivo de que hoy se le preste atención. «Aguantaré los chistes y todo lo demás si con ello puedo ayudar a poner en la agenda el tema de la violencia de género y de la violación dentro del matrimonio», asegura.
Por mi parte, tengo cada vez más claro que no habría habido documental ni chistes de Bobbitt ni fenómeno cultural que valga si hubiese pasado al revés: si John le hubiera cortado a Lorena un trozo de su cuerpo.
«Se ríen -afirma Lorena muchas veces a lo largo de esta tarde-. Siempre se ríen».
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