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Risto Mejide: “Hay que actualizar siempre los sueños y bajarse la mejor versión de uno mismo”


Los ‘berserker’, la élite vikinga, al desnudo

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Ni llevaban cascos con cuernos ni eran heroicos ni mucho menos guerreros invencibles. Nuevas investigaciones derrumban el mito de los ‘berserker’, el cuerpo de élite vikingo que ha inspirado libros, películas y series de éxito. Por Frank Thadeusza / Fotos: Getty Images y Album

Vikingos, ¡quiénes cuernos eran!

Llevaban nombres como Snækollr o Sörkvir. Mataban y robaban lo que se les pusiera por delante. A menudo, bajo los efectos del alcohol. Descuartizaban a sus víctimas a hachazos, o las ensartaban con lanzas, sin importarles que estuvieran indefensas. Así eran los vikingos.

Durante muchos siglos, a ningún erudito en su sano juicio se le pasó por la cabeza describir como héroes a los integrantes de estas bandas de saqueadores. No fue hasta la Europa del XIX, imbuida por el espíritu del Romanticismo, cuando un puñado de estudiosos convirtió a estos matones en un linaje de guerreros orgullosos y amantes de la libertad. Desde entonces, los vikingos son figuras de culto.

Entre los siglos VIII y XI, sus incursiones llegaron a América y a los mares Negro y Caspio

La serie de acción Vikingos ya va por la sexta temporada. Incluso científicos respetables se han dejado inspirar por estos matones escandinavos: el profesor estadounidense James Kakalios ha explorado ‘la física de los superhéroes’ en uno de sus libros, donde afirma que los más fuertes de entre los vikingos eran poco menos que invencibles. «No notaban las heridas, simplemente seguían adelante arrastrados por su furia berserker».

SAQUEADORES

¿Qué hay de verdad en estas leyendas? Recientes investigaciones están dejando al descubierto la falta de fundamentos reales de este mito. Por ejemplo, muchos de sus admiradores ignoran que los vikingos no eran un pueblo como tal, solo una minoría de aventureros que se hacían a la mar para saquear las costas.

Viking expedition returning to Scandinavia 9th-10th century AD. (Photo by: Universal History Archive/UIG via Getty Images)

Sus drakkars tenían poco calado y podían surcar también ríos. Con ellos llegaron a Rusia, América o Italia.

La mayoría de los escandinavos se ganaba el sustento como pacíficos agricultores o vivía de la pesca. Los guerreros nórdicos tampoco se lanzaban a la batalla con cascos adornados con cuernos. Este tipo de decoración, además de molesta, los habría convertido en un objetivo fácil para sus contrincantes.

Pero sobre todo hay que dudar del mito central de la leyenda de los vikingos: la fuerza y el arrojo sobrehumanos con los que se lanzaban al combate. El hecho de que hayan pasado a la historia como berserker -el cuerpo de élite de estos guerreros- que blandían sus hachas sin saber lo que era el miedo, es el resultado de «confundir realidad y ficción», según asegura el arqueólogo noruego Are Skarstein Kolberg. En un trabajo publicado en la revista especializada Journal of Military History, este investigador llega a la conclusión de que lo más probable es que nunca haya habido un heroico pueblo guerrero de titanes rubios.

ESPLENDOR Y LEYENDA

Los vikingos vivieron su esplendor entre finales del siglo VIII y mediados del siglo XI. El radio de acción de sus incursiones llegó a extenderse desde Terranova, al oeste, hasta los mares Negro y Caspio, en el este. El mayor problema para los historiadores es que apenas dejaron testimonios escritos. Los relatos sobre la actividad de estos navegantes recogidos en las sagas se escribieron cientos de años más tarde.

Una de las figuras más impactantes de este mundo legendario es la de los berserker. En la actualidad, este término es sinónimo de tipo violento que se lía a golpes cegado por la furia. Según la opinión dominante en el mundo académico tradicional, eran precisamente estos locos rabiosos los que, en su condición de guerreros de élite, decidían la victoria o la derrota en las batallas de la era vikinga. Sin embargo, expertos como Kolberg o el arqueólogo británico Roderick Dale, de la Universidad de Nottingham, tienen serias dudas sobre esta asunción de la historia clásica. Incluso la traducción correcta de ‘berserkr’, término del nórdico antiguo, trae de cabeza a los lingüistas.

La segunda sílaba, ‘serkr’, es relativamente fácil de traducir: significa ‘camisa’ o, en un sentido más amplio, ‘armadura’. Por el contrario, ‘ber’ se puede traducir tanto por ‘oso’ como por la preposición ‘sin’.

La mayoría de los escandinavos se ganaba el sustento como pacíficos agricultores o vivía de la pesca

Para el bardo Snorri Sturluson, el autor de las sagas islandesas que vivió entre 1179 y 1241, los berserker eran guerreros vestidos con ropas ligeras que aprovechaban los huecos en las filas de los enemigos. En un diccionario islandés de 1814 se los definía como saqueadores que entraban en combate en ropa interior.

¿LUCHABAN DROGADOS?

A mediados del siglo XIX, 800 años después de la desaparición de los guerreros del norte, los eruditos empezaron a reinterpretar estas fuentes literarias de una forma totalmente nueva. De un día para otro, aquellos tipos se convirtieron en hombres invulnerables que se lanzaban contra sus enemigos envueltos en pieles de oso, una estampa que hoy sigue siendo la dominante. «Nuestra imagen de la era vikinga es un constructo elaborado por los estudiosos del siglo XIX», sentencia Roderick Dale.

En las sagas antiguas se hablaba de que a los temidos berserker se los golpeaba en la cabeza con garrotes o estacas para dejarlos inconscientes. La explicación que se le dio en el XIX a estos pasajes es que las espadas no podían hacerles nada a estos guerreros. De ahí a que los vikingos fueran invencibles y solo fuera posible dejarlos fuera de combate con astucia y artimañas hay un único paso… el de la fantasía.

Casco vikingo. Bronce. Procedente de una tumba en Vendel, provincia de Uppland (Suecia). Siglos VII-VIII. Museo Histórico (Swedish History Museum). Estocolmo. Suecia. Credit: Album / Prisma

No llevaban cascos adornados con cuernos, los habrían entorpecido y convertido en un objetivo fácil.

Por otro lado, en los relatos antiguos se afirma que estos guerreros se sumían antes de la batalla en un estado de euforia especialmente intimidante para sus adversarios: se cuenta que los guerreros agitaban todo el cuerpo, lanzaban aullidos y espumarajos por la boca y mordían los escudos como si fueran perros.

En 1784, el teólogo sueco Samuel Ödmann desarrolló la teoría de que este comportamiento se debía a los efectos del consumo de una droga psicoactiva: el hongo Amanita muscaria. Bien pensado, esta teoría, que no cuenta con ninguna validación científica, debería haber disfrutado de una vida muy corta, ya que desafía las leyes de la lógica: «Tener soldados drogados corriendo a su aire por el campo de batalla no ayuda a ganar una guerra», razona el arqueólogo Are Skarstein Kolberg. Además, en las antiguas sagas este tema no aparece mencionado por ningún sitio.

Muchos guerreros volvían a casa destrozados y vivían marginados

El arqueólogo británico Roderik Dale afirma que, «tal y como se combatía en aquella época, un estado alterado por drogas alucinógenas no habría sido el más útil, puesto que de lo que se trataba era de que los guerreros mantuvieran la línea». Para este científico es mucho más probable que ese comportamiento fuera resultado de un ritual de motivación para infundirse ánimos antes del combate.

IGUAL QUE EN VIETNAM

En todo caso, no parece que los guerreros nórdicos necesitaran mucha ayuda para ponerse violentos. Kolberg sospecha que muchos de los berserker debieron de ser veteranos de guerra, marcados por las secuelas psicológicas de años de combates, como les ocurre a los soldados en nuestros días. «Diez siglos separan la era de los vikingos de la guerra de Vietnam -dice el arqueólogo noruego-, pero el proceso que da pie al trauma es el mismo».

Al igual que sucede en la actualidad, muchos guerreros volvían a casa mental y físicamente destrozados y vivían marginados por la sociedad. Poco parece quedar en pie del mito heroico de los vikingos.

The Lewis Chessmen, (Norwegian?), c1150-c1200. Wild-eyed berserkers biting their shields from a collection of ninety-three pieces found at Uig on the Isle of Lewis, Outer Hebrides, Scotland. Taking the form of seated kings and queens, mitred bishops, knights on their mounts, standing warders and pawns in the shape of obelisks, most of them are made from Walrus ivory, and a few from whale teeth. From the British Museum's collection. (Photo by CM Dixon/Print Collector/Getty Images)

Las figuras del ajedrez del siglo XII encontradas en Lewis (Escocia) están talladas en dientes de morsa y ballena con una expresión tranquila, salvo las de los furiosos ‘berserker’

No resulta extraño comprobar que en las sagas no aparezca ningún detalle que lleve a pensar que los berserker eran honrados como héroes a su regreso. Al contrario: para muchos de sus contemporáneos, no eran más que un incordio. Estos personajes, con serios daños físicos, víctimas del trastorno por estrés postraumático y que no sabían qué hacer con su vida, pululaban borrachos por los pueblos de Escandinavia dispuestos a meterse en cualquier pelea. Probablemente, a aquellos alborotadores con problemas mentales les habría hecho mucha gracia ver que las descripciones históricas posteriores los presentarían como guerreros míticos.

PARA SABER MÁS

Museo Nacional de Dinamarca

¿Quiénes eran los temidos 'berserker'?

¿Quiénes eran los temidos 'berserker'?

Los berserker, el cuerpo de élite vikingo, han inspirado libros, series y película. Pero, ¿quiénes eran? Una de las figuras más impactantes del mundo legendario de los vikingos es el…

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Tosta de cabeza de jabalí y salsa tártara

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Una receta de Martín Berasategui para hacer una tosta de cabeza de jabalí y salsa tártara. Foto: José Luis López de Zubiría / Ilustracion: Javirroyo

Tiempo estimado de preparación para la receta de tosta de cabeza de jabalí y salsa tártara: 30 minutos

Ingredientes

  • 1 chalota
  • 1 ramillete pequeño de perejil
  • 20 g de alcaparras
  • 20 g de pepinillos
  • 150 ml de salsa mayonesa
  • 1 cucharadita de zumo de limón
  • ½ cucharadita de curry
  • Sal y pimienta recién molida
  • 4 rebanadas de pan
  • 8 lonchas finas de cabeza de jabalí

PASO A PASO

1. Se pela la chalota y, con la ayuda de un cuchillo bien afilado, se pica hasta convertirla en un picadillo muy menudo. Se echa la chalota en un colador y se lava con agua fría, colocándola debajo del chorro del agua para quitarle el gusto a crudo. Se mete luego en un paño o papel de cocina y se aprieta para eliminar el exceso de humedad.

2. Sobre la misma tabla y con el mismo cuchillo se pica el ramillete deshojado de perejil, reservándolo en un bol pequeño. Se hace lo mismo con las alcaparras y con los pepinillos, picándolos menudamente
y metiéndolos en un bol.

3. En un bol más grande se echan la salsa mayonesa y el resto de los elementos: la chalota, la mostaza, el zumo de limón, el perejil, las alcaparras, los pepinillos y el curry, rematando con un pellizco de sal y una vuelta de molinillo de pimienta. Se remueve bien.

4. Acabado: se tuestan las rebanadas de pan, de forma que queden crujientes por fuera y jugosas y nada secas por dentro. Se embadurnan con la salsa recién hecha, para que las tostas queden bien pringosas y apetitosas, y se cubren con las lonchas de cabeza de jabalí, haciendo volumen.

Se terminan de rematar agregando algunos brotes de hierbas o, en su defecto, laminando un espárrago verde crudo -podemos ayudarnos de un pelapatatas- en bandas anchas, finas y crujientes, las cuales se esparcen por encima de las tostas. Se riegan con un hilo de aceite de oliva virgen extra, y listo.

Truco

Es aconsejable sacar la cabeza de jabalí un rato antes de la nevera para que no esté fría y sí a temperatura ambiente, pues resulta mucho más jugosa y tierna.

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David LaChapelle: “Nunca me hago selfis”

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Con apenas 15 años comenzó a explorar el Nueva York de Andy Warhol, el Studio 54 y templos del punk como el CBGB. Allí, el joven LaChapelle profundizó en su sexualidad y creó sus primeras y oníricas fotografías en un mundo donde la heroína y el sida se llevaban por delante a sus amigos Por Fernando Goitia

Sobrevivió a todo ello entregado a la creación de un universo visual, colorista y delirante, poblado de fantasía, sexo, religión, sarcasmo y sentido del humor. Hoy, a sus 55 años, su inabarcable colección de retratos de celebridades lo han convertido en gran referente del arte pop del siglo XXI. Ahora dos libros, Lost + Found y Good news, reúnen sus retratos más celebrados

XL. Para usted, ¿estos dos libros son como una especie de álbum familiar?

D.L. Sí, porque sale gente que ha formado parte de mi vida y porque muestran mi propio viaje a través de la fotografía.

XL. ¿El título Lost + found (‘Perdido y encontrado’) se refiere a su propia vida?

D.L. De algún modo, así es, porque yo fui adicto al trabajo. Me exigía estar siempre en un mínimo de tres o cuatro proyectos: portadas, videoclips, publicidad, documentales; atento a lo que estuviera en boga. Tenía un miedo cerval a la irrelevancia. Acabé sumido en un desequilibrio que afectó a toda mi vida.

XL. ¿Ha conseguido superar esa adicción?

D.L. Bueno, sigo siendo bastante intenso y perfeccionista en lo que respecta a mi trabajo, pero sí, he mejorado [se ríe]. Recuerdo que, cuando mi madre se moría, me dijo: «David, jamás pierdas la luz». Nunca hablé con ella sobre espiritualidad, pero enseguida supe a qué se refería. La luz es el lugar donde te sientes bien, en equilibrio.

XL. ¿De dónde procede ese miedo a la irrelevancia?

D.L. De cuando trabajaba para Warhol en los ochenta. Me caló ver a tantos artistas que celebraban un minuto de fama y al siguiente eran olvidados. Crear es uno de mis grandes placeres y sería devastador no poder hacerlo. Por eso me embarcaba en todo lo que podía.

XL. Warhol fue su mentor. ¿Qué le debe?

D.L. Imagínate, él me abrió las puertas. Le abordé en un concierto y me dijo: «Tienes más pinta de modelo, pero pásate por mi oficina y enséñame tus fotos». Eso hice y me encargó un retrato de los Beastie Boys. Vivía con mi novio en un cuchitril sin calefacción ni teléfono, pero ¡trabajaba para Interview! Warhol, además, me enseñó a no distinguir entre alta y baja cultura. Fue el primero en verlo así.

XL. Usted le hizo su último retrato y fue su amigo al final de su vida. ¿Cómo recuerda aquellos días?

D.L. Muy tristes. Galerías y museos; el mundo del arte lo despreció. Un día fuimos a una fiesta y la gente me afeó haberlo llevado; procurando, además, que él escuchara sus comentarios. Y entonces se murió. El MOMA, que siempre lo rechazó, le dedicó el museo entero; todos decían que él era la quintaesencia de Nueva York y que era un genio. Todo muy falso y superficial.

XL. ¿Se siente uno muy solo cuando se alcanza la cima?

D.L. Sí, te puedes sentir muy solo si por el camino aparcaste todo en pos de ese objetivo. «Ya lo he conseguido. ¿Y ahora qué?». Ese vacío… Porque la vida es mucho más que eso. Dedico una sección de Lost + found, donde salen Amy y Whitney, a este asunto.

XL. ¿Cómo consigue que los famosos posen desnudos o de formas que no aceptarían con cualquier otro fotógrafo?

D.L. Con sinceridad. Procuro meterme en la piel del sujeto, hombre o mujer, y ahí surge la idea en mi cabeza, como una visión. Nunca les doy muchas pistas, solo digo que vamos a crear una imagen bella.

XL. Crear belleza es algo denostado por buena parte del arte contemporáneo…

D.L. Lo sé, pero a mí me gusta centrarme siempre en el lado luminoso de la naturaleza humana. Por ejemplo, en mi obra Rape of Africa (‘La violación de África’) usé a Naomi Campbell, bellísima, en vez de incluir una imagen con cualquiera de los horrores que aquejan a ese continente. Es una elección.

XL. ¿Se hace selfis?

D.L. Ni hablar. Ni selfis ni fotos con esos desconocidos que te asaltan y te agarran de repente. ¡Socorro!

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Satélites mini: ¿por qué no se nos caen en la cabeza?

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Varias compañías estudian explotar el cielo como una valla publicitaria planetaria, poniendo en órbita satélites luminososos. ¿A qué problema nos enfrentamos?

Un ‘chivato’ en el espacio

La propuesta de colocar anuncios en el espacio no es ni ciencia ficción ni un fake. Se basa en una tecnología que ya existe: la de los minisatélites CubeSat. Se trata de artefactos que orbitan a entre 300 y 600 kilómetros de altitud y tienen un tamaño que oscila entre los diez centímetros de arista y 1,33 kilos hasta los que alcanzan el tamaño de una pequeña lavadora. Una vez en órbita, estos minisatélites despliegan antenas y paneles para recabar la información con el objetivo que fueron enviados.

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El primero fue creado en 1999 y su fin era facilitar los proyectos de investigación científica, como los estudios en microgravedad, pero enseguida hubo quien les vio una vertiente comercial y el consiguiente negocio, todavía por explotar.

Por qué no se nos caen en la cabeza

  • En el espacio existen 34.000 objetos mayores de diez centímetros y 900.000 de más de un centímetro, según la ESA.
  • Son un gran problema por el riesgo de colisión entre ellos y con otros satélites, pero no tanto por su impacto en la Tierra.
  • Cuando son atraídos por la gravedad, a su regreso, la atmósfera se encarga de desintegrar estos residuos; es decir, llegan muy pequeños o sin casi peso. No obstante, como afirma la NASA, un objeto grande (como una bola de béisbol) cae en la Tierra una vez a la semana.
  • Pero la mayoría cae en el mar. ¿Por qué en el mar? Por estadística: es el 70 por ciento de la superficie terrestre.
  • En 2015 cayeron algunos trozos considerables de basura espacial en Alicante y Murcia. Entonces, Holger Krag -jefe del equipo de vigilancia de basura espacial de la ESA- explicó que «la probabilidad de que uno de esos fragmentos te golpee es mucho más pequeña que la de que te caiga un rayo».
  • Según la NASA, la única vez documentada que un trozo de basura espacial ha alcanzado a una persona fue en 1997, a una mujer en Estados Unidos. El tamaño: como una lata de refresco. Pero tenía poco peso y no le causó daño.

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Vivir en un rascacielos colgado de un asteoide

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David LaChapelle, el fotógrafo de las estrellas

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Andy Warhol le hizo su primer encargo en 1984: «Haz lo que quieras con ellos, pero que salgan guapos». Desde entonces, sus inconfundibles retratos han convertido a David LaChapelle en uno de los fotógrafos más cotizados del planeta. Dos libros reúnen ahora los más celebrados. El propio autor nos los comenta en exclusiva. Por Fernando Goitia

libros lachapelle

 

Las imágenes de este reportaje han sido extraídas de los libros Lost + Found y Good news, de David LaChapelle, publicados por la editorial Taschen.

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Ponga su anuncio en el espacio… y otros desvaríos del vertedero cósmico

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Millones de residuos ‘flotan’ en el espacio: piezas de cohetes, satélites inactivos… Orbitan la tierra a 28.000 Kilómetros por hora y pueden provocar colisiones en cadena y -sin exagerar- acabar con el mundo tal como lo conocemos. No obstante, varias compañías empiezan a valorar el cielo como el último filón publicitario, llenándolo inquietantemente de más objetos. Por Ixone Díaz Landaluce

Satélites mini: ¿por qué no se nos caen en la cabeza?

Flotarán a 450 kilómetros de la superficie terrestre, serán visibles solo de noche, pero se podrán contemplar desde cualquier punto del planeta. Anunciarán bebidas, cadenas de restaurantes, empresas de seguros o tiendas on-line. O a cualquiera que pueda pagar la desorbitada tarifa de semejante acción promocional.

Si los ambiciosos planes de la start-up rusa StartRockets terminan materializándose, en los próximos años la Luna y las estrellas dejarán de ser la única iluminación de nuestros cielos nocturnos y la órbita terrestre podría convertirse en un espacio publicitario más. «Estamos creando un nuevo medio con una audiencia potencial de 7000 millones de personas», dicen sus promotores. Lo harán utilizando decenas de minisatélites CubeSat que almacenarán la luz solar para crear enormes carteles luminosos. Aunque esperan tener su tecnología lista para el año 2021, la empresa ya ha desarrollado un prototipo y las pruebas comenzarán en menos de un año. No es, desde luego, la primera vez que el espacio se explota con fines publicitarios.

El año pasado SpaceX, la compañía aeroespacial de Elon Musk, puso en órbita un Tesla rojo en una clara acción promocional. Pero este tipo de proyectos, que podrían revolucionar (otra vez) el mundo del marketing, solo vienen a agravar un problema que compromete nuestro futuro: la proliferación de basura espacial. Y las cifras ya son preocupantes.

anuncio coca cola espacio. satelite

Una empresa rusa trabaja en un desarrollo tecnológico para crear en el espacio enormes carteles luminosos o, como ellos prefieren llamarlos, «exhibiciones orbitales», como la de la imagen. Los expertos creen que proyectos similares acabarán materializándose; hace mucho que lanzamos objetos al espacio con fines comerciales.

Más de 7000 toneladas de residuos, desde trozos de cohetes y piezas desprendidas de satélites hasta las herramientas que un astronauta puede perder durante un paseo espacial, orbitan alrededor de nuestro planeta. «La situación es preocupante. Producimos más basura de la que podemos retirar», explica Holger Krag, director de la oficina de basura espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA).

Basura a 28.000 kilómetros por hora

Aunque existe un catálogo de hasta 22.300 objetos más grandes que una pelota de béisbol flotando en nuestra órbita, el «inventario» de escombros espaciales es más extenso: según la ESA, existen 34.000 objetos mayores de diez centímetros y 900.000 de un tamaño superior a un centímetro. Pero también hasta 128 millones de pequeños trozos de basura que miden entre un centímetro y un milímetro. Y, aunque su tamaño pueda sonar insignificante, el problema es que su velocidad (que alcanza los 28.000 kilómetros por hora) no lo es.

En 2007, China hizo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos con un misil; quedó pulverizado en dos millones de objetos. Aumentó la basura espacial en más de un 30 por ciento

El poder destructivo de un pequeño trozo de basura espacial puede ser enorme cuando se encuentra en el espacio (es distinto cuando alcanza la atmósfera. «Cualquier operador de satélites ha tenido que hacer maniobras para evitar una colisión. Eso se ha convertido en parte de la rutina y cuesta mucho dinero. Además de ser peligroso. Estamos poniendo en riesgo el espacio para las generaciones futuras», explica Krag.

Cómo evitar accidentes de satélites

El problema se agravó cuando, en 2007, China hizo estallar uno de sus viejos satélites meteorológicos con un misil balístico, en lo que la comunidad internacional interpretó como pruebas de su capacidad bélica en el espacio. Situado a 865 kilómetros de altura, el satélite -según los expertos- quedó pulverizado en más de dos millones de objetos. De hecho, se calcula que solo ese evento aumentó la basura espacial en más de un 30 por ciento. Dos años más tarde, un satélite ruso y uno norteamericano colisionaron, agravando aún más el problema.

El problema, que afecta a todas las grandes potencias, se está afrontando desde distintos ángulos. «Lo primero es detectar cuantos más objetos, mejor, y ser capaces de identificarlos por su nombre y apellidos. Y eso ya es un gran reto porque muchos de estos objetos están muertos, no transmiten», explica el ingeniero Moriba Jah, de la Universidad de Texas en Austin. En eso se afana la Red de Vigilancia Espacial de Estados Unidos, que usando radares y telescopios ya ha elaborado un catálogo de más de 23.000 objetos. Algunas empresas privadas, como ExoAnalytic Solutions, han visto un filón y pretenden vender sus datos a los operadores de satélites que quieren, a toda costa, evitar accidentes multimillonarios.

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El satélite RemoveDebris ha sido creado específicamente para recoger basura espacial. No es el único que lo va a intentar. La misión e.Deorbit de la ESA intentará en 2023, mediante una red o un brazo robótico, capturar uno de los satélites en desuso de la propia ESA y dirigirlo a la atmósfera para que se desintegre en condiciones de seguridad.

Sin embargo, los expertos coinciden en que lo más urgente es apostar por la ‘mitigación’. «Es mucho más efectivo evitar la creación de más basura espacial que retirar la que ya existe», comenta Krag. Eso implica, por un lado, situar las nuevas naves y satélites en la órbita baja y, por otro, apostar por la ‘pasivación’ que consiste en quemar el combustible, descargar las baterías y liberar la presión de los aparatos cuyas misiones ya han terminado y así evitar más accidentes. «Cuando la mitigación sea una realidad, podremos empezar a retirar los objetos más viejos y pesados. Y ese es un gran reto porque son objetos que no están controlados, que no emiten ninguna señal y que giran a grandes velocidades», dice Krag. De hecho, algunas de estas misiones, como una llevada a cabo por la agencia espacial japonesa, han fracasado. Uno de los proyectos más prometedores en este sentido es RemoveDebris, desarrollado por la Universidad británica de Surrey y cofinanciado por la Comisión Europea. Se trata de un satélite que utilizando varias herramientas, como arpones y redes, atrapa la basura espacial. Las primeras pruebas, realizadas en septiembre a 300 kilómetros de la superficie terrestre, fueron un éxito.

“Ahora mismo el tiempo entre colisiones es de cinco años, pero el proceso se acelera. Solo podemos asegurarnos de no intensificar su efecto”

Y luego está la vía legal, la de los acuerdos internacionales. Aunque existe una comisión de la ONU para garantizar el uso pacífico del espacio que ya ha emitido 21 recomendaciones que apuestan por la mitigación, potencias como Rusia, China y Estados Unidos tienen sus propios intereses. Un ejemplo: el pasado mes de agosto Estados Unidos anunció la creación de una nueva rama de su Ejército. la Fuerza Espacial, que apostará por un sistema defensivo de misiles con capacidad para destruir satélites.

En España, el Consejo de Seguridad Nacional acordó el año pasado la creación de un Centro de Operaciones de Vigilancia Espacial, dependiente del Ejército del Aire, que se encargará de monitorizar la basura espacial, entre otras cosas.

Pero, si todos estos esfuerzos no dan sus frutos, nos enfrentamos a un escenario complicado. No solo por las colisiones entre satélites, sino también por las interferencias en las misiones científicas.

¿Un mundo sin satélites?

Algunos expertos creen que el riesgo de que la basura espacial inutilice nuestra órbita es real. Y un mundo sin satélites no tiene nada que ver con la realidad cotidiana a la que estamos acostumbrados. El peor escenario, sin embargo, es más apocalíptico.

En 1965 se lanzó el primer satélite artificial

En 1978, el astrofísico Donald Kessler calculó que llegaría un momento en el que la cantidad de desechos sería tan ingente que podría dar lugar a un devastador efecto cascada que provocaría explosiones múltiples generando cada vez más basura y más accidentes. Para algunos especialistas, como el profesor Jah, el ‘síndrome Kessler’ solo es una teoría; para otros, como Krag, ya está sucediendo. «Muchos expertos pensamos que ya está ocurriendo a 900 kilómetros de altura.

Ahora mismo, el tiempo entre dos colisiones es de cinco años. El síndrome Kessler hará que ese tiempo se acorte, de forma que en cien años podría haber una colisión anual. El problema es que los objetos que darán lugar al síndrome Kessler ya están ahí. Solo podemos tratar de no intensificar su efecto».

Efectivamente, todo es susceptible de empeorar. Empresas como SpaceX o Boeing ya han dicho que van a crear megaconstelaciones de satélites para, entre otros objetivos, llevar Internet a cualquier punto del planeta. De hecho, en diciembre Musk puso 64 satélites en órbita y ya tienen permiso de la Administración norteamericana para lanzar otros 12.000 satélites en los próximos años.

PARA SABER MÁS

Centro de vigilancia espacial (Ejército del Aire). 

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En compañía de héroes

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En compañía de héroes

PATENTE DE CORSO

Decía el filósofo Diógenes, el del farol y el barril, que para caminar seguro un ser humano debe contar o bien con el estímulo de unos buenos amigos o bien con unos enemigos pertinaces en su odio. Y todo el que se haya movido por los inciertos paisajes de la vida sabe que eso es cierto. A cualquiera con un poco de lucidez aprovechan tanto unos como otros, amigos y enemigos, pues de ambos es capaz de obtener utilidad.

Los enemigos, buscados o espontáneos –los que brotan como setas tras la lluvia, sin razón aparente, suelen ser numerosos–, ayudan a mantenerse vivo. Son como el mar, que cuando navegas te obliga a vivir vigilante, atento al barómetro, la sonda y el horizonte, pues ahí los descuidos matan. Nadie que tenga camino hecho, que haya tomado decisiones, puede jactarse de no dejar cadáveres en la cuneta, o de no haberlo sido él mismo a manos de otros. Vivir cierto tiempo y que todos te quieran no es imposible, pero sí infrecuente. Por eso desconfío tanto del que dice no tener enemigos como de quien afirma tener infinitos amigos. O mienten o son idiotas. Puestos a citar clásicos, Plutarco lo resumió bien: quien se envanece de no tener enemigos, probablemente no tuvo nunca un verdadero amigo.

En cuanto a los amigos de verdad –algunos traen de regalo a sus enemigos para sumarlos a los tuyos–, creo que son el verdadero balance de una vida. El fruto de combates, victorias y derrotas. Una forma de calibrar a alguien es considerar quiénes son sus amigos. Decía Gracián –hoy vengo asquerosamente erudito– que singular grandeza es servirse de sabios, y que una de las mejores cartas a jugar es hacer de los amigos maestros; arrimarse a los sabios, prudentes y valientes que tarde o temprano topan con la ventura: «Prenda de héroe es combinar con héroes»

Entre las escasas certezas que te deja una vida razonablemente larga y agitada, poseo una irrebatible: los amigos abrigan casi tanto como el amor. Amar y ser amado por alguien digno, superior, te engrandece como nada en el mundo; pero también la conciencia de la lealtad, imaginar que algo bueno tendrás para que gente valiosa –buena o mala, porque también hay malvados útiles y fieles en la amistad– te estime y se comprometa por ti, o contigo, es uno de los grandes premios que puede alcanzar el ser humano. Pienso mucho en eso ahora que envejezco, la vida me despoja cada vez de más cosas, y miro al futuro sin ver apenas algo más que el pasado. Lo meditaba el otro día, cenando con algunos amigos, periodistas todos. También en cierto modo ellos son el balance de mi vida, me dije. La prueba de que algo habré hecho bien, después de todo.

Reflexioné mucho sobre eso mientras los escuchaba. Por lo general no soy muy conversador en esas cenas; prefiero que ellos cuenten cosas. Estaban allí el veterano y entrañable Raúl del Pozo, a quien conocí en el diario Pueblo hace casi medio siglo, y también Ignacio Camacho –quizá el mejor y más lúcido analista político actual– y los jóvenes Antonio Lucas, David Gistau, Manuel Jabois y Edu Galán. Nos reunimos de vez en cuando a cenar en Casa Lucio, en el Madrid viejo (a veces invitamos a alguien especial como Calamaro, Eslava Galán, Álex de la Iglesia o Juan Soto Ivars), o a conceder el ya prestigioso Premio de Periodismo de Opinión que creamos hace cuatro años con el nombre de Raúl –se nos ocurrió una noche algo pasados de copas, en Lucio–, que consiste en una cena con el ganador en Casa Paco, Puerta Cerrada, y que hasta ahora hemos otorgado a Enric González, Sol Gallego-Díaz, Pedro Cuartango y Carlos Alsina. Y les aseguro que raras veces me he visto reunido con tanto talento profesional y tanta inteligencia. Lo interesante es que, siendo como son de los periodistas más brillantes que conozco, cada cual es de su padre y su madre. Trabajan en medios distintos y tienen ideas diversas: Camacho escribe en ABC, Edu trajina la muy salvaje Mongolia, Gistau y Lucas curran en El Mundo y Jabois en El País. Pero rara vez vi tanta admiración y respeto mutuos, tanta necesidad de aprender unos de otros. Tanta lealtad y tanta nobleza, aun más insólitas en los sectarios y sucios tiempos políticos que corren.

Por eso la otra noche, escuchándolos en torno a unos solomillos con vino tinto, pensé de nuevo en cuanto acabo de escribir más arriba. En lo orgulloso que estoy de que esos fulanos sean mis amigos, como del resto de nombres que llena mi vieja mochila. En los vivos y en los que ya están muertos. Y también en Diógenes, Plutarco, Gracián y tantos otros cuyas palabras y libros me ayudaron a buscarlos, reconocerlos y apropiarme de ellos como botín de vida.

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“El capitalismo industrial destruye el planeta. El de vigilancia destruye la naturaleza humana”

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La economista norteamericana Shoshana Zuboff, profesora emérita de Harvard, es una de las más prestigiosas analistas digitales del mundo. Su nuevo libro explica que la economía derivada de las nuevas tecnologías –lo que ella ha llamado ‘el capitalismo de vigilancia’– se basa en el expolio de las personas y que, si no le ponemos freno, acabará por destruir la naturaleza íntima del ser humano. Fotografía: Michel D. Wilson

Para enfrentarse a lo desconocido, el primer paso es ponerle nombre. Por eso, Shoshana Zuboff, cuando hace siete años se puso a desbrozar el crecimiento sin precedentes de la tecnología digital y su intrusión en nuestras vidas, buscó un concepto que fuese más allá de la anécdota y nos permitiese tener una visión completa y compleja de lo que está sucediendo en el mundo. Y lo encontró: el capitalismo de vigilancia.

Esta profesora emérita de la Harvard Business School, de 66 años, es una de las más destacadas analistas de la modernidad digital y en su nuevo libro, The age of surveillance capitalism (‘La era del capitalismo de vigilancia’), plantea la cuestión de si en el mundo de los gigantes tecnológicos y las máquinas inteligentes sigue quedando sitio para las personas.

XLSemanal. Cuando ve las noticias, seguro que piensa: «¿Veis? Ya os lo había dicho yo…».

Shoshana Zuboff. No, no soy de ese tipo de personas. Pero, bueno, motivos para decirlo sí tendría.

Es un error decir: ‘No pasa nada si me vigilan; yo no tengo nada que esconder’. ¡El que no tiene nada que ocultar no es nadie!”

XL. Usted alertó de los peligros de la economía digital en unos tiempos en los que nadie hablaba del big data y Facebook ni siquiera existía. Hoy se debate constantemente sobre el mal uso de los datos personales, sobre las fake news, los fraudes electorales, la violación de la intimidad… ¿Se siente reafirmada?

S.Z. Me alegra que ahora la gente sea mucho más consciente del problema. Pero creo que la opinión pública en general percibe los síntomas del capitalismo de vigilancia sin terminar de entender su verdadera naturaleza. Suelo comparar nuestra inocencia a la hora de utilizar las tecnologías digitales con la forma en la que los nativos americanos dieron la bienvenida a los conquistadores españoles. Aquella gente no tenía ninguna posibilidad de anticipar lo que suponía la llegada de un nuevo poder, un poder que traía consigo su futuro sometimiento. Me parece estupendo el nuevo espíritu crítico que está surgiendo con respecto a Facebook, Google y demás, pero no creo que, como sociedad, estemos muy alejados de aquellos indios en la playa.

XL. Y siguiendo con su metáfora: ¿los gigantes tecnológicos serían los conquistadores?

S.Z. Son la avanzadilla. De todos modos, no hay que confundir el capitalismo de vigilancia con las tecnologías o empresas concretas de las que se sirve. Hacerlo implica minimizar su peligro. Los síntomas de los que estamos empezando a ser conscientes son solo consecuencia lógica de una forma totalmente novedosa de capitalismo. Estamos ante una nueva lógica de acumulación, ante nuevos mecanismos de mercado. Esta lógica comenzó con Google y más tarde siguió con Facebook, pero se está extendiendo al conjunto de la economía.

XL. El capitalismo de vigilancia es el núcleo de su pensamiento. ¿En qué consiste exactamente?

S.Z. ¡Me han hecho falta varios capítulos del libro para explicarlo! Pero, bueno, trataré de resumirlo: el capitalismo de vigilancia es una mutación del capitalismo moderno. Su materia prima son los datos que obtiene a partir de la vigilancia del comportamiento de las personas. Luego transforma esos datos, cómo actúa una persona concreta, en pronósticos de cómo actuará en el futuro. A continuación, estos pronósticos son puestos a la venta en una modalidad nueva de mercado. Ha alcanzado esta posición dominante gracias a que abrió el primer camino eficiente para la monetización del mundo on-line.

No hay que confundir el capitalismo de vigilancia con empresas tecnológicas concretas. Eso es miniminar el peligro

XL. Parece que la mayoría de la gente no es del todo consciente de que se ha convertido en la materia prima de la economía.

S.Z. Pero al menos hoy lo tiene mucho más claro que hace siete años, cuando yo empecé a trabajar en mi libro. Las personas van entendiendo ya que su privacidad no se respeta en ningún sitio, que todo lo que escriben, buscan o hacen en línea se convierte en datos que son utilizados por terceros. Estamos expuestos a la codiciosa mirada de aquellos que nos vigilan.

XL. ¿Hay formas de protegerse?

S.Z. En la actualidad, prácticamente todas nuestras interacciones sociales y profesionales nos obligan a utilizar canales de comunicación on-line. Prescindir de ellos se ha vuelto poco menos que imposible, y las personas que lo hacen acaban marginándose socialmente. Aquellos que, con mucho esfuerzo, consiguen ser invisibles en la Red, los que utilizan tecnologías para permanecer en el anonimato, se quedan recluidos en su propia vida. Para mí es algo inhumano.

XL. ¿Quiénes son los agentes de este capitalismo de vigilancia?

S.Z. No los hay. Al menos no hay en ningún sitio un grupo de personajes malvados susceptibles de ser identificados y frenados. Lo que los hace tan peligrosos son los principios económicos mismos del capitalismo de vigilancia. Uno de esos principios es: extrae de las experiencias humanas la mayor cantidad de datos posible. Nos están aspirando, absorbiendo, vaciando. El capitalismo de vigilancia, de acuerdo con su lógica interna, tiene que adentrarse cada vez más profundamente en nuestra vida diaria, en nuestra personalidad, en nuestras emociones, para poder predecir nuestros comportamientos futuros. Es de estos datos de donde extrae sus beneficios.

XL. Dice percibir hoy en las personas una sensación universal de desarraigo, de orfandad, provocada por las disrupciones tecnológicas del siglo XXI. ¿Dónde observa este fenómeno?

S.Z. En todas partes. Hay un desarraigo, una nostalgia insoportable en muchos de nosotros. Muchas personas tienen la impresión de estar perdiendo el control sobre sus vidas por culpa de todos estos cambios fulgurantes, tienen la sensación de que el mundo en el que crecen sus hijos ya no es el mismo mundo en el que ellos crecieron, que ya no pueden enseñarles el camino que lleva al futuro. Afirmaciones de este tipo son habituales entre los votantes de Trump. En mucha gente, este malestar se está convirtiendo en amargura y rabia.

XL. También compara usted la relevancia del capitalismo de vigilancia con la Revolución Industrial…

S.Z. … pero subrayando en todo momento las diferencias.

XL. Cierto. ¿Y cuáles serían esas diferencias?

S.Z. En el siglo XIX y principios del XX, el capitalismo industrial y las personas eran mutuamente dependientes. Las personas eran fuerza laboral y clientes del sistema. En ese aspecto, el capitalismo industrial, con todas sus crueldades, era un capitalismo para las personas. En el capitalismo de vigilancia, por el contrario, las personas apenas somos ya clientes y empleados, lo que somos por encima de cualquier otra cosa es fuentes de información. No es un capitalismo para nosotros, sino por encima de nosotros. Nos observa para crear y desarrollar sus productos.

El ‘Pokémon Go’ fue un experimento con seres humanos en toda regla: dirigir a las personas mediante estímulos externos a través de escenarios físicos”

XL. Productos que luego nosotros compramos… En ese sentido, sí seguimos siendo clientes.

S.Z. Solo de una forma marginal. Los servicios que ofrece el capitalismo de vigilancia consisten en predicciones sobre nuestros comportamientos basadas en datos, predicciones que a su vez se venden a otras empresas, como anunciantes, aseguradoras, grandes almacenes, proveedores sanitarios. Un ejemplo especialmente descarado de estos mecanismos fue el juego Pokémon Go, un experimento con seres humanos en toda regla.

XL. ¿El juego para móviles en el que había que cazar pequeños monstruos que andaban sueltos por la calle?

S.Z. Pokémon Go no se limitaba a extraer datos de los jugadores, sino que también los llevaba a lugares concretos del mundo real, es decir, además de poder predecir sus comportamientos también podía dirigirlos. Los desarrolladores del juego emplazaban sus criaturas digitales en cafeterías, bares, tiendas o lugares similares, y de esa manera les llevaban una clientela potencial. Estas empresas, no los jugadores, eran los verdaderos clientes de Pokémon Go.

XL. Pokémon Go como instrumento de poderes oscuros…

S.Z. En el punto álgido de la fiebre Pokémon, masas de jugadores iban de un punto de monetización al siguiente, conducidos como rebaños. Es la fantasía perfecta del capitalismo de vigilancia: dirigir a las personas mediante estímulos externos a través de escenarios físicos, llevarlos a zonas comerciales para que se gasten su dinero real en establecimientos reales, servicio a cambio del cual los gestores del juego cobran una cuota.

XL. ¡Usted sí que sabe cómo quitar las ganas de jugar con el móvil!

S.Z. Lo siento. Pero es necesario que desarrollemos una conciencia crítica frente a todas estas cosas. Es un error decir: «No pasa nada si escanean todo lo que hago, no tengo nada que ocultar». Lo que yo digo es: el que no tiene nada que ocultar no es nadie. Nuestra vida íntima, nuestras experiencias personales, nuestros puntos de vista, sentimientos y deseos son lo que nos hace humanos. Son nuestro hogar moral.

XL. ¿Y usted cree que este capitalismo de vigilancia tiene el poder de entrar dentro de ese hogar interior y desvalijarnos?

S.Z. Sí. El precio del capitalismo industrial, y de todas las mejoras en el bienestar de las personas que trajo consigo, fue y sigue siendo la naturaleza externa, es decir, la Tierra. El capitalismo industrial expolia el planeta y lo destruye. Pero el capitalismo de vigilancia nos expolia a las personas. Más aún: somos su materia prima. Destruye la naturaleza interna, la nuestra, la naturaleza humana.

XL. En su libro, lo que hace es buscar los problemas; no propone ninguna solución. ¿Por qué no?

S.Z. Mi tarea es identificar los problemas, nombrarlos, es un requisito para poder combatirlos. Concienciar a la sociedad de estos peligros es fundamental. Al capitalismo industrial hubo que ponerle coto en su día: derechos de los trabajadores, sindicatos, horarios laborales, salarios mínimos, prohibición del trabajo infantil… Fueron necesarias décadas de lucha social y política para alcanzar esos logros. Vamos a tener que retomar de nuevo esta tarea, este proceso de domesticación, hacerlo a través de la presión democrática y con total determinación.

XL. ¿Cree que no se está haciendo nada en ese sentido?

S.Z. Por ahora me da la sensación de que nos estamos limitando a sellar un par de goteras, como un apaño de emergencia. Se habla un poco de protección de datos por aquí, de lucha contra las fake news por allá, pero es insuficiente. Es como si en el caso del trabajo infantil negociáramos condiciones y horarios aceptables en lugar de erradicarlo por completo.

XL. Pero no dice qué cosas concretas tendrían que cambiar.

S.Z. Porque todavía no es posible establecer cuáles son.

XL. ¿No es como si aquello que tanto teme tuviera que empeorar mucho para que se materializara esa resistencia social que usted desea?

S.Z. Quizá.

XL. Porque no es que ahora, en el capitalismo de vigilancia, la gente viva en la más profunda pobreza, como en los tiempos de la Revolución Industrial.

S.Z. Se lo concedo, no vivimos en aquellos terribles tiempos de extrema pobreza, de sufrimiento físico y omnipresencia de la violencia. Pero el capitalismo de vigilancia ejerce otras formas de violencia más sutiles. Nos priva de nuestra autonomía como seres humanos y con ello pone en peligro las condiciones que hacen posible la democracia. Y su instrumento de poder, la omnipresente e interconectada infraestructura digital, se transforma de algo que nosotros tenemos en algo que nos tiene a nosotros. Que nos tiene en sus manos.

XL. ¿Está usted en Facebook?

S.Z. No, no lo estoy.

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Un prodigio enorme

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Un prodigio enorme

Animales de compañía

Un amigo escritor y comunista con el que mantengo discusiones sobre cuestiones religiosas me envía unos libelos repugnantes (y birriosamente escritos) dirigidos contra mí y publicados en sedicentes tribunas católicas. Y se escandaliza de que, recibiendo este trato denigrante, persevere en mis posiciones católicas, favoreciendo que el público desavisado me meta en el mismo saco que a la chusma que me denigra. La reprensión de mi amigo me ha recordado la pregunta que el también escritor comunista Leónidas Barletta lanzaba a Leonardo Castellani: «¿Por qué no abandona usted a todos esos carcamales, que se han revelado incomprensivos e injustos, y a esa novia [aquí Barletta se refiere a la Iglesia] que amó en su juventud y se ha convertido en ramera?».

No tengo aquí espacio suficiente para responder a mi amigo con la misma amplitud que Castellani respondió entonces a Barletta (y mucho menos tengo el genio del gran maestro argentino). Podría replicar simplemente que no abandono porque tengo fe y por eso aguanto la cruz de ser vilipendiado por fanáticos. Pero, puesto que mi amigo no tiene (al menos por el momento) fe, tal respuesta sería como hacer un brindis al sol o salirme por los cerros de Úbeda. También podría contestarle que sigo siendo católico porque, junto a miserables como los que escriben tales libelos calumniosos, entre los católicos hay también muchas personas nobles, capaces de las acciones más generosas. Pero lo cierto es que también he conocido a muchas personas nobles, capaces de las acciones más generosas, que no son católicas; y, desde luego, he conocido personas ateas (como, por ejemplo, el amigo comunista que me escribe, preocupado de que me difamen sedicentes católicos) a las que se podrían aplicar esos epítetos con mayor justeza que a muchos católicos.

¿Cómo le explico a mi amigo mi perseverancia? Me he acordado entonces de aquella reflexión socarrona de Léon Bloy: «He tenido con harta frecuencia ocasión de poner en evidencia la imbecilidad de nuestros católicos, prodigio enorme, demostrativo por sí solo de la divinidad de una religión capaz de resistirlo». Pero, en realidad, la frase de Bloy es benigna y eutrapélica; pues lo cierto es que, aparte del inevitable conocimiento circunstancial que pudiera tener de muchos católicos imbéciles, Bloy probó sobre todo y hasta las heces las maquinaciones de muchos católicos malvados («cerdos burgueses», los llamaba), que lo persiguieron con encono y no descansaron hasta verlo reducido a la pobreza y el ostracismo. Y aquí llegamos al fin al auténtico y enorme prodigio. Que una religión sea capaz de resistir la malignidad y la maledicencia anidando en su seno sin hacerse añicos resulta, en verdad, misterioso; no en el sentido banal del término, sino en un sentido sobrecogedor y trascendente. Ninguna institución meramente humana podría resistir la acción interna de tanta gente pérfida, de tanto fanático rezumante de bilis, de tanto odiador frenético, durante tanto tiempo.

Llevo ya más de dos décadas defendiendo posiciones católicas con la pluma; y en todo este tiempo los ataques más dañinos y alevosos no los he recibido de ateos o agnósticos, comunistas o liberales, judíos o mahometanos, masones o masonas, sino de católicos. Los he recibido, además, en los momentos más dramáticos y agónicos de mi vida, cuando más solo o más débil me hallaba, cuando más necesitado estaba de caridad y consuelo, con un ensañamiento en verdad preternatural. Si alguna vez he conocido a personas auténticamente protervas, capaces de las perfidias más refinadas, de las codicias más desenfrenadas, de las crueldades más purulentas, de los sectarismos más despepitados ha sido, paradójicamente, en ámbitos sedicentemente católicos. Ha sido ahí donde he tenido auténtica conciencia de lo que es dureza de corazón, una dureza de pedernal disfrazada de meapilismo viscoso y tartufesco.

Charles Péguy se refería a esa aberración del sentimiento religioso llamada fariseísmo como un «traspaso de la mística en política» que se sirve hipócritamente de una cáscara o fachada religiosa para encubrir los más sórdidos fanatismos ideológicos. He de confesar a mi amigo comunista que son precisamente estos fariseos en los que la religión se vuelve coartada desencarnada, ferozmente acusadora y perseguidora del auténtico creyente (al que saben identificar de inmediato, para vomitar sobre él su odio con saña ciega), los que me invitan a perseverar. Ciertamente, me provocan vahídos y náuseas, vértigos y sudores fríos (y, para más inri, escriben con los pies); pero, a la postre, me confirman la divinidad de una religión capaz de resistirlos.

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El viejo zorro de Forsyth

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El viejo zorro de Forsyth

Arenas movedizas

Encontrarse en los estantes de una librería con un nuevo libro de Frederick Forsyth es un motivo suficiente como para considerar que el día ha valido la pena. Ocurre cada vez más de cuando en cuando, de forma más espaciada, pero sigue ocurriendo y provocando en sus seguidores una indisimulada alegría. Reconozco que estaba sobre aviso, ya que la edición inglesa fue comentada en algunos medios, pero esa tarde de espera de aeropuerto viró en una indudable y sanísima distracción gracias a hacerme con un ejemplar de El Zorro, su recién estrenado libro (Plaza y Janés). Tengo puesta en Forsyth, siempre, la confianza absoluta: sé que no habrá de defraudarme, ya que nunca ha ocurrido algo así, a diferencia de algún otro grande que se dejó caer por la rampa resbaladiza de la mala literatura y empezó a deshacer su gran nombre con trabajos farragosos, voluntariamente indescifrables y llenos de pretendidos cultismos en clave. Léase Le Carré, por ejemplo. Forsyth no disimula: su relato es periodístico, inteligible, vigoroso, ágil y desnudo de adjetivación innecesaria, de adornos superfluos. Y las tramas son thrillers políticos con todas las de la ley.

En esta ocasión, digo, acaba de publicar El Zorro. Algunos podrán colegir que forma parte de su obra menos ambiciosa, siendo un ejemplo de esta última El puño de Dios, una obra maestra del relato de hechos contemporáneos, relacionados con la invasión de Kuwait y el conflicto internacional de los primeros 90. Tras ella, pareció que Forsyth hubiera querido aligerar algo los procedimientos y escribir de forma algo más rápida. Las historias que siguieron no tuvieron quizá aquella envergadura, pero fueron todas ellas excelentes, como lo es esta historia basada en el caso de Gerry McKinnon, un británico de 39 años que a principios de siglo fue acusado de intervenir desde el ordenador de su casa del barrio londinense de Wood Green una serie de instalaciones secretas norteamericanas. Durante el juicio al que fue sometido, Forsyth se preguntó si no era mucho más práctico aprovechar el talento de ese tipo y ponerlo al servicio de los intereses nacionales a cambio de una sólida remuneración. Es lo que viene a narrar en esta nueva novela: el caso de un adolescente con síndrome de Asperger endemoniadamente hábil en el uso de los ordenadores, con una capacidad absoluta para acceder a las redes más exclusivas, secretas y protegidas del mundo.

Forsyth está familiarizado con el relato de espionaje porque lo practicó en su juventud, habiendo trabajado para el MI6 en destinos en los que trabajaba como periodista, fueran Sudáfrica, Rodesia, Biafra o Alemania Oriental. Tiene, por demás, una buena oficina llena de especialistas en diversas áreas que le suministran datos exactos de aquello sobre lo que necesita narrar, sean armas, unidades de los Ejércitos o estructuras de diversos gobiernos. De fondo, en El Zorro yace la exultante capacidad de Putin de inmiscuirse en los pormenores de Occidente a través de sus diversas armas y la forma de combatirlo, en este caso, mediante el uso ficticio de los servicios de inteligencia (si quieren adentrarse en el relato pormenorizado y real de estas cuestiones les recomiendo El camino de la no libertad, de Timothy Snyder). Viene a asegurar Forsyth que, años atrás, a los Putin del mundo se los podía combatir teniendo un ejército mejor que el suyo. Ahora no es tan sencillo: las naves de guerra en el mar Negro podrán ser importantes, pero no son definitivas. El relato de la realidad es igualmente trascendente: es preciso convencer a su población de que la suerte de su presidente está en tener un subsuelo lleno de gas y de petróleo, pero no en la capacidad de crear cosas útiles para sus ciudadanos. ¿Alguien compra aviones, medicinas, coches u ordenadores rusos? Incluso para vender armas tiene que regalarlas. Divulgando esos mensajes, manejando redes abiertas o cerradas mediante inteligencias privilegiadas se combate a elementos como Vladimiro de forma tan eficaz como con amenazas balísticas. En El Zorro, evidentemente, hay buenos y malos, pero subyace parte de esta pincelada en un desarrollo trepidante y atractivo marca de la casa. Vuelve a ser como en otras obras: tomar el libro entre las manos y no soltarlo.

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La suerte de dar

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La suerte de dar

Pequeñas infamias

Mi amiga Carmen Reviriego tiene el don de la persuasión. Una cualidad que me fascina, porque carezco por completo de ella, y eso que tuve en casa la mejor de las maestras, mi madre. Mamá era igual que Carmen, capaz de vender helados a los pingüinos. Les contaré una anécdota. Yo acababa de anunciar a mis padres que me quería casar cuando a ellos los destinaron a Moscú. «Perfecto», dijo mi madre, que también tenía el don de organizarlo todo (otra cualidad que tampoco tengo). «Así, en vez de la típica bodita en un hotel madrileño, que es un aburrimiento, organizaremos una gran boda rusa». «Soviética», corrigió mi padre, para recordarle que no iban a vivir precisamente a la Rusia de Ana Karenina, sino más bien en la de El maestro y Margarita, con sus burócratas ineficaces y sus situaciones surrealistas propiciadas por un régimen político en el que la verdad oficial y la realidad rara vez coincidían. Al llegar a Moscú lo primero que hicieron fue visitar las iglesias católicas de la ciudad, pero a mi madre le parecieron todas muy feas. «Con la de basílicas ortodoxas maravillosas que hay aquí, ¿por qué la niña no puede casarse en una de ellas?». «¿Tal vez –sonrió mi padre, que era la voz de la sensatez– porque nosotros no somos ortodoxos…?». Pero la sensatez solía ir por un lado y mi madre por otro y, aunque no lo crean, siempre ganaba ella, de modo que allá que se fue a hablar con el patriarca de la Iglesia ortodoxa, el formidable Serguéi Pimen, famoso por mantener un difícil equilibrio de poder con las autoridades soviéticas. Yo no sé qué palabras habrá usado mi madre para venderle su idea. Lo que sé es que salió de allí habiendo convencido al patriarca de que, dadas las dificultades que tenían sus feligreses en un país tan ateo, lo que él necesitaba era un golpe de efecto. Algo revolucionario en el más evangélico sentido de la palabra, un hecho nuevo, sorpresivo, que tuviera eco fuera de Rusia. «¿Qué?», preguntó Pimen. «A usted le vendría de perlas una boda ecuménica, padre, la primera boda católica en una iglesia ortodoxa que se celebra en todo el mundo. De este modo dará visibilidad a sus feligreses, que se sienten tan olvidados y, de paso, les cuela también un muy sutil gol a los del Kremlin. Mire, yo, además de quedarle eternamente agradecida, le prometo que una noticia tan notable en plena Guerra Fría saldrá en los periódicos del mundo entero, ya lo verá». Y así fue. La foto de servidora de ustedes vestida de novia apareció desde en The New York Times hasta en el South China Morning Post. Ese día aprendí (solo en teoría, me temo, porque no tengo las dotes hipnóticas de mi madre) que a la gente le gusta ayudar al prójimo siempre que se cumplan dos requisitos. Uno, obviamente, es que el favor hace que pueda serle útil, como en el caso del patriarca Pimen, que consiguió marcar territorio con los del Kremlin. El segundo es que su acción favorezca a otras muchas personas, como a los feligreses ortodoxos en la Unión Soviética, de los que nadie se acordaba.

Carmen Reviriego también tiene este don. Su campo es el –al menos en apariencia– muy egotista mundo del arte, pero el título de uno de sus libros lo dice todo: La suerte de dar. En él sitúa el foco sobre la labor llevada a cabo por filántropos y mecenas. Empresarios y hombres de negocios que han sabido poner su riqueza al servicio del bien común. Con solo su entusiasmo y sus dotes de persuasión como armas, Carmen ha conseguido, no solo traerse a Madrid al presidente del Museo Metropolitan de Nueva York o al multimillonario Carlos Slim para que hablen de su labor de mecenazgo, sino, aún más difícil y meritorio, contagiar ese concepto de ‘la suerte de dar’ a otros dueños de colecciones de arte para que compartan con la sociedad el disfrute de las obras que poseen. Porque otra lección que yo he aprendido, tanto de mi madre como de Carmen, es que proporcionar a la gente la posibilidad de dar la mejor versión de sí mismos, la más desprendida y generosa, es otra arma imbatible. Y funciona. Hasta con las personas más inalcanzables y difíciles.

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Los críticos

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Los críticos

Reinos de humo

A mí no hay plataforma digital que me los quite. Con unos coincido en gustos y pareceres y con otros, justo al contrario, pero son los míos y yo los respeto por igual. Cuando todavía no era capaz de afeitarme para arriba ya me guiaba en las tinieblas de la ignorancia aprendiendo de su magisterio, así fuera para los asuntos de la música, el cine o las cosas del comercio y del bebercio. Ahora no viven tiempos fáciles. Les hacen más trajes a ellos que los que ellos, por oficio, hacen a sus ‘criticandos’. Veo como a algunos de los buenos se les está perdiendo el respeto y me indigno. A mí que me den un crítico de verdad, con conocimientos y criterio, que luego ya veré yo si le hago caso o no. Yo los prefiero a cualquier plataforma de recomendaciones que haya conocido hasta la fecha. El cocinero Andoni Aduriz, uno de los más reconocidos por sus compañeros de todo el mundo, cuenta que una de las famosas páginas digitales de restaurantes ni siquiera recoge entre los mejores de Errentería, su pueblo, a Mugaritz, uno de los restaurantes más singulares del mundo. Considerar que algo es bueno porque le guste a la mayoría es un error de base, pero decirlo en público conlleva la pena de ser tachado de elitista o, peor aún, de antidemócrata. Quizá lo de un hombre, un voto sea la manera más justa o menos mala para organizar nuestra vida política, pero dudo del criterio de mi vecino Ramón para juzgar la ejecución de un pizzicato de violonchelo o de un boeuf bourguignon. Relativizarlo todo se ha convertido en una pandemia social. Cada vez que oigo que sobre gustos no hay nada escrito, me dan ganas de poner la bibliografía existente sobre los brazos en cruz del listillo de turno.

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Capitalismo de vigilancia: todo empezó con ‘María la tifosa’

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Zuboff explica en su libro cómo Sheryl Sandberg, actual directora operativa de Facebook y antes vicepresidenta de operaciones de Google, ha sido clave en la expansión del capitalismo de vigilancia. De ahí que la llame como a la cocinera que desató la epidemia de tifus. Por Ixone D. Landaluce

Corría el año 2000 y la burbuja tecnológica seguía desinflándose mientras los grandes inversores de Google empezaban a ponerse nerviosos. El revolucionario buscador creado por Larry Page y Sergey Brin tenía, como otras empresas del sector, problemas para monetizar su negocio. «Mientras crecía la presión de los inversores, los líderes de Google abandonaron su declarada antipatía contra la publicidad.

Decidieron aumentar los ingresos utilizando su exclusivo acceso a los datos de los usuarios en combinación con su ya sustancial capacidad analítica y su poder de cálculo para generar predicciones a partir de clics, que se utilizaban como una referencia de la relevancia de los anuncios».

Así nació, según explicó Zuboff a The Guardian, el capitalismo de vigilancia. Al frente de la operación estaba Sheryl Sandberg y, con ella, Google desarrolló nuevos métodos para generar más y mejor ‘excedente comportamental’, la materia prima elaborada a partir de los datos de los usuarios sobre la que desde entonces se sustenta su modelo de negocio.

El resultado es esa publicidad personalizada que nos acecha cada vez que utilizamos el buscador o cualquiera de sus aplicaciones. Los resultados fueron asombrosos: entre 2001 y 2004, los ingresos de la compañía crecieron un 3590 por ciento, un dato que solo se hizo público cuando la empresa salió a Bolsa. Todo el sector siguió su estela.

«El capitalismo de vigilancia se convirtió en el modelo de acumulación por defecto de Silicon Valley, al que se acogió cada start-up y cada aplicación», cuenta Zuboff. Y en 2008 Sandberg, convertida ya en toda una leyenda, fichó por Facebook.

Mark Zuckerberg tenía los mismos problemas para convertir su idea en un negocio rentable y Sandberg aplicó la misma fórmula con idéntico resultado. Por eso, Zuboff se refiere a ella en su libro como la Typhoid Mary (‘María la tifosa’) del capitalismo de vigilancia, en referencia a la cocinera que ‘exportó’ el tifus de Irlanda a Estados Unidos en el siglo XIX provocando, ella sola, una epidemia.

«Sandberg comprendió que Facebook representaba una fuente impresionante de excedente comportamental: el equivalente a un prospector del siglo XIX que se topa con un valle que alberga la mina de oro más grande jamás descubierta», escribe. «Entendió que, a través de la manipulación ingeniosa de la cultura de la intimidad de Facebook, sería posible utilizar este excedente no solo para satisfacer la demanda, sino también para crearla».

'El capitalismo de vigilancia destruye la naturaleza humana'

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Clones en el ‘front row’

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Como dos clones. Así aparecieron Harper -la hija de David y Victoria Beckham- y Anna Wintour en la Semana de la moda en Londres. Por E. F. 

«Harper y Anna. ¿Quién lo lleva mejor? Las dos, increíbles». Esto escribió David Beckham en el selfi que subió a Instagram durante el desfile de Victoria Beckham, convertida en diseñadora de éxito, en la pasada Semana de la Moda en Londres.

harper beckham y anna wintour mismo peinado

Harper -de siete años- con su padre, David Beckham, y Anna Wintour, ambas con el mismo peinado: un bob liso con flequillo.

En su selfi, el exfutbolista deja ver desde atrás las melenas idénticas de su hija Harper, de 7 años, y de Anna Wintour, la mítica editora de Vogue. Aunque Harper coincide cada año allí con Wintour, es la primera vez que luce su clásico look. Por ahora, sin gafas…

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“¿Me quieres’. Plinc. “Te odio”

Palabrería

Nimiedad. Vio el móvil al atravesar aquel ensayo de plaza, placita más bien, con un viejo y enorme pino y algunos arbolitos que el ayuntamiento había plantado hacía años y que apenas estaban desarrollados. Cruzaba a diario la nimiedad y se preguntaba por qué el avance de los árboles era tan lento, sospechando que salían manipulados del vivero para contener la frondosidad y ofrecer al ciudadano la garantía de una vegetación apaciguada. El pino, sin embargo, tenía las raíces hundidas en el barrio. El tronco estaba retorcido, lo que demostraba una existencia anterior a las brigadas de jardineros municipales. Era un superviviente de un tiempo menos pautado.

Monolito. El pino, tres arbolitos, dos bancos y las inevitables mierdas de perros, que colonizaban el espacio a pesar de la responsabilidad de tantos propietarios y al descuido de muchos otros. Vio el móvil en uno de los bancos, un monolito negro sobre el verde descascarillado de la pintura. No había nadie en los alrededores. La placita era un lugar de paso: sus dimensiones no atraían a los niños ni a los viejos. Los perros solo cagaban.

Repliegue. Lo cogió y alzó la vista de nuevo en busca de alguien que pudiera haberlo perdido, imaginando a un hombre o una mujer con un rictus de desesperación avanzando por alguna de las calles que desaguaban en la placeta para mutar con el alivio de lo reencontrado. Ninguna de las personas en las proximidades parecía haber perdido un objeto tan valioso que algunos consideraban ya parte del cuerpo, por encima incluso del repliegue de la oreja, de discutible papel anatómico. Lo primero que le vino a la cabeza era depositarlo en una comisaría, aunque no sabía de ninguna en los alrededores. Recordaba también lo que le había pasado a un amigo que se comportó como un buen samaritano. Al bajar del coche encontró un móvil en el asfalto, que a punto estuvo de pisar –sorprendentemente salvado, además, del paso de las ruedas–. Lo llevó a la policía por si el dueño o la dueña llamaba y supiera dónde ir a buscarlo –eso que se hace en casa: autotelefonearse para saber en qué rincón se olvidó–. Tardaron una hora en atenderlo, y de muy mala manera, y después le exigieron los datos personales porque, según la ley, al cabo de un tiempo, si nadie lo reclamaba, pasaba a ser de su propiedad. Él quería ahorrarse esos trámites. Decidió guardarlo en la mochila a la espera de recibir el telefonazo rescatador.

Fisgar. Pasó el día sin que nadie se hubiera puesto en contacto con él. Ya en casa decidió fisgar, seguro de que necesitaba una clave para acceder. No fue así: solo tuvo que apretar un botón para que la pantalla borrara el negro. Buscó alguna pista que le permitiera conocer la identidad del extraviador. La lista de teléfonos era escueta y ninguno de los nombres estaba marcado de forma relevante (con esa A, AA o AAA que colocaba a la familia o a otros seres importantes en primer lugar). Las únicas aplicaciones en el rectángulo eran Shazam y WhatsApp.

Mensaje. «Tranquilo, ya llamará», pensó, y dejó el smartphone sobre la mesa. Al momento, se iluminó con un mensaje. «Ahí está», se dijo. Pero no. «Sigo cabreada contigo». Plinc. «¿Por qué dijiste aquello?». Plinc. «Vete a la mierda». Plinc.

Chutar. La interlocutora era una mujer aunque no se deducía, por las frases, a quién hablaba ni de qué sexo era. Se sentó a la espera de que sucediera algo más, sin saber cómo comportarse. Pasó más de una hora antes de que aquello comenzara a chutar. «¿Me quieres?». Plinc. «Te odio». Plinc. «Te quiero». Plinc. «No quiero volver a verte». Plinc. «¿Por qué no dices nada?». Plinc. «No me hables». Plinc. «¿Por qué no contestas?». Plinc. No podía permitir que siguiera sufriendo. Comenzó a escribir. «Yo también te quiero. Te echo de menos».

Desconocida. Estuvo hasta la madrugada conversando con la desconocida sobre intimidades por WhatsApp. Se levantó contentó. Se afeitó, se duchó, se engalanó. Había quedado con ella en la placita, bajo el pino. Estaba seguro de haber encontrado al amor de su vida.

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Nuestro tejado

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Nuestro tejado

Artículos de ocasión

Tuve la suerte de vivir en los Estados Unidos cuando el presidente Bill Clinton propuso la candidatura de Ruth Bader Ginsburg para el Tribunal Supremo. No parecía entonces que aquella mujer de cierta fragilidad física pero de convicciones de hormigón pudiera terminar por convertirse en un ídolo juvenil y social, una figura pop del progresismo en los tiempos de redes sociales. Pero así funcionan las cosas y, en contra de la natural tendencia a considerar siempre mejor lo nuevo que lo viejo, la inteligencia humana termina por apreciar valores como la resistencia, la coherencia y la solidez vital, aunque no sean a priori los más fotogénicos. La jueza Bader Ginsburg, o Notorious RBG como la llaman al modo rapero sus seguidores, es portavoz de la disensión progresista en cada sentencia del Supremo de Estados Unidos. No nos engañemos, es fácil destacar en las instituciones norteamericanas en nuestros días. Nunca antes se habían visto tan retadas por la regresión y la arrogancia casi de modo permanente. A cada dos pasos adelante en la legislación le corresponde un paso atrás. Es imposible progresar sin cuestionar ese progreso de manera constante.

Cuando a muchos les empezaba a parecer que el apego a la ley y a la Constitución en Norteamérica eran una rémora para proseguir con las conquistas sociales en apariencia apoyadas por un gran número de ciudadanos, descubren ahora que esas mayorías pueden variar. Mayorías tan o más potentes que las tuyas pueden dinamitar los avances conseguidos. Ese es el error habitual de movernos en una disputa entre buenos y malos. Los buenos podemos hacer lo que queramos sin reparar en las limitaciones; en cambio, los malos deben ser detenidos de inmediato. Pero la verdad es que buenos y malos somos todos y, por tanto, aquello que nos protege en ocasiones, en otras tiene la función de negarnos la razón. Así de sencillo. Las convicciones no bastan, merecen someterse al escrutinio colectivo. Esto es algo que también deberíamos aplicarnos en países europeos que a menudo se consideran un escalón por encima de los Estados Unidos en lo social, por el mero hecho de que nuestra historia es más longeva. Las dicotomías entre buenos y malos no funcionan. Los pactos han de ser mucho más ambiciosos y aglutinadores para permitir la convivencia.

De ahí que dos momentos de los que recuerdo en el nombramiento de la jueza Ruth Bader allá por 1993 contrasten con lo que estamos viviendo en nuestros días. El primero fue su presentación biográfica. Como es habitual en el nombramiento de los jueces del Supremo, a diferencia de España, sus candidatos son forzados a afrontar una audiencia pública. Propuestos por el presidente, se escucha su voz y se los obliga a contestar a cuestiones que generan inquietud. La jueza Bader, reconocida por sus triunfos como abogada en casos de igualdad de sexos, arrancó su presentación con un agradecimiento al compañero con el que vivía, imprescindible colaborador en su ascenso profesional. Y sin eludir el mayor escollo para su nombramiento, expresó una defensa de la ley del aborto que oponía la racionalidad frente a la pasión. Para ella, la legalización de ese derecho era el paso definitivo de una sociedad libre para dejar de tutelar a la mujer, para renunciar a erigirse en superior a ella y para permitirle el desarrollo personal en límites de intimidad que nadie tiene derecho a transgredir. Sigue siendo al día de hoy un alegato recomendable cuando la discusión se torna oportunista o metafísica.

Pero el segundo suceso que hoy resulta asombroso fue el respaldo a su nombramiento por parte del portavoz de la mayoría conservadora en el legislativo. Puedo estar en desacuerdo con muchas de las interpretaciones de la ley que usted defiende, dijo el representante de los republicanos, pero no tengo ninguna duda de su cualificación para ejercer el cargo de jueza del Tribunal Supremo. Sobre esa épica a veces un tanto alambicada se sostiene la democracia norteamericana. Como lo vemos también en los tiempos aturdidos del brexit en Reino Unido, hay algo en lo político y lo institucional que queda siempre por encima de lo personal, que se salvaguarda por el bien del rito democrático. El ciudadano necesita sentir que hay una bóveda superior a la pelea electoral, a la fuerza de la masa y al ejercicio destemplado del poder. Esa bóveda, a ratos invisible, a ratos pesadísima, es el tejado del viejo refrán. Ese que juzga como imbécil a quien tira piedras a su propio tejado

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Educarnos

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Educarnos

EL BLOC DEL CARTERO

Antes de pensar en cómo educamos a otros, no estaría de más reflexionar sobre si nos hemos educado suficientemente nosotros mismos, más allá de los esfuerzos, por lo común bienintencionados y nunca perfectos, de quienes nos tutelaron o nos instruyeron durante nuestros años más inmaduros. Es posible que tras este examen advirtamos alguna carencia, si lo hacemos con profundidad y sinceridad, y lo que en ese caso conviene es enmendarse. Viene la idea a cuento de los padres que tras separarse van a buscar al médico solución para males de los que ellos mismos son causantes, y de los que nos habla una lectora y pediatra. También de lo que a cada uno nos incumbe, en nuestro discurso pero también en nuestra praxis diaria, para transmitir a quienes vienen detrás esos valores que decimos compartir.

LA CARTA DE LA SEMANA

Solo ante sí

En un pasaje de Tempestades de acero, Ernst Jünger rememoró la muerte de un soldado inglés, abatido de un disparo efectuado por el propio escritor alemán, cerca de Vraucourt (Francia) en marzo de 1918. Mientras el fuego artillero castigaba los alrededores, Jünger se obligó a contemplar los ojos de aquel muchacho: en el suelo, con el cráneo atravesado por un tiro, debió de ser un pensamiento frecuente durante sus años de vida. De la aflicción que esta visión dejó en él, Jünger extrajo una lúcida reflexión: el Estado puede, en ciertas circunstancias, eximir de responsabilidad las acciones de sus súbditos; sin embargo, esta exención legal, no exonera al individuo de los sentimientos ante sus propias acciones morales. La conclusión puede parecer sencilla, pero es fruto de un complejo debate entre diferentes parámetros: la libertad humana, la acción, la costumbre, el carácter moral… Aun amparado por la legalidad, el individuo, en última instancia, rinde cuenta de sus acciones ante sí; y quién sabe cuánto le costó a Jünger dirimir con aquella aflicción que, escribió, «penetra hasta las profundidades de nuestros sueños».

Jaime de las Obras-Loscertales Sampériz (Zaragoza)

Por qué la he premiado…Por ese recuerdo tan pertinente de la responsabilidad individual, en tiempos en los que tan común es buscarse excusas colectivas.


Lo que quiero es que os llevéis bien

Con frecuencia, los padres y madres separados me consultan porque notan determinados síntomas en sus hijos, síntomas que ellos atribuyen al hecho de haberse separado. Y creen que se debe a que los niños desearían que sus padres volviesen a vivir juntos, como antes. Con frecuencia les pregunto a esos hijos (a solas, sin sus padres presentes en la conversación) qué es lo que realmente desearían. La respuesta suele ser: «Que se lleven bien». Los hijos (niños, adolescentes) no son ignorantes. Han vivido en primera persona los preámbulos de la separación física de sus padres. Saben cómo eran las cosas cuando estaban juntos. Los han oído discutir, pelearse, gritarse, enfadarse, incluso insultarse o hasta pegarse. Y lo que esperaban es que la separación (física) acabase con esas situaciones. Pero no. Siguen hablando mal el uno del otro cuando a los hijos «les toca» estar en cada casa. Siguen hablándose mal entre ellos y reprochándose mil cosas cuando están juntos para hacer el «intercambio» del niño. Hablan mal de las nuevas costumbres «del otro», de la nueva pareja, de los sitios a los que lleva a los niños… Eso es lo que a los hijos les gustaría que cambiase. Ya saben que sus padres no deben volver a vivir juntos. Y, sin embargo, los padres esperan que los niños estén estupendamente. Y si no es así, que «un psicólogo arregle lo que le pasa al niño». Nunca se plantean que los que tienen que cambiar son ellos. Lo que de verdad no entienden los hijos es por qué sus padres no hacen lo posible para vivir tranquilos separados.

Pilar García (Correo electrónico)


Cómo educamos

No hay día en que no se hable de feminismo o de derechos de la mujer en los medios de comunicación. Leo hoy en un artículo que el 48 por ciento de los hombres entrevistados no sabe cómo actuar con las mujeres, que el 54 por ciento de los hombres de entre 18 y 24 años consume pornografía semanalmente, que el 32 por ciento reconoce que se les enseñó a reprimir sus emociones… Los hombres, machistas o no, han sido educados por sus madres (y sus padres), por profesoras (y profesores), por lo cual el resultado está en directa relación con este hecho. No percibo que las bases de la educación en hogares y colegios cambiaran mucho en esta sociedad ni tampoco el ejemplo que se da. Creo que las manifestaciones reclamando mejoras y equidad están bien, pero educar con la comunicación y el ejemplo es más importante y más fructífero. Mujeres, reflexionemos en cómo educamos a nuestros hijos. Creo que ahí está la solución definitiva. Educar desde la infancia en los valores que queremos para el futuro: honestidad, responsabilidad, equidad y, por encima de todo, respeto.

María Luisa Vázquez Pedreda (Correo electrónico)


Inquieto y laborioso

La noticia llegó como un guantazo que no te esperas. En mitad de una jornada de trabajo, lejos mi tierra, de la nuestra; vibró el móvil y ahí estaba. José Pinto –ganadero salmantino, amante y defensor del mundo rural y, últimamente, estrella televisiva por su gran bagaje cultural– acababa de fallecer por culpa de un infarto. Él, que acababa de aparcar la fama para centrarse en su explotación ganadera. Lo que más quería. Después, la gran catarata de pésames; a veces las redes sociales lo son de verdad, y sirven para algo más que insultar y lanzar odio en todas direcciones. No es casualidad que tanta gente haya llorado el triste final de José. Su personalidad lo hizo querido, incluso para personas que no llegaron a conocerlo, o que ni por asomo logran imaginarse cómo es realmente la vida rural que él tanto defendía. José era auténtico porque nunca escondió su origen ni su vida en el campo. Todo lo contrario: lo llevó como bandera y lo introdujo en las casas de casi todo el país; con sus anécdotas y con sus problemas diarios. A la inversa de lo que ocurre con muchas otras personas, que una vez que se hacen famosas esconden sus orígenes, sus raíces, creyéndose de ese modo únicas. Superiores. Sin embargo, no hay nada más único que alguien que sabe de dónde viene y que se siente orgulloso de ello.

Eduardo Fernán-López, Villalpando (Zamora)


Parejas culinarias

Cuando mi chico me preguntó si me gustaba el guiso de lentejas que había preparado, le contesté que, en mi opinión, solo le faltaba más tiempo de cocción. Estaba bueno, pero sus ingredientes eran demasiado independientes: estaban conectados, pero no cohesionados. Tras ver su cara de perplejidad intenté ilustrarle con ciertos ejemplos. Una ensalada precisa únicamente conexión: sus ingredientes se unen para formar un conjunto, pero mantienen su independencia de sabor, aroma y textura. Unas lentejas necesitan cohesión para formar un guiso en el que los alimentos se unen y sus características se mezclan. En un tercer nivel estaría la fusión, y como ejemplo pongamos un puré de verduras, en el que sus diferentes componentes forman un plato con textura y sabor únicos. Las relaciones entre las parejas son experiencias culinarias. Según la independencia que se mantiene entre sus sujetos podríamos hablar de parejas conectadas, cohesionadas o fusionadas. Sin ánimo de juzgar y pensar cuál es mejor o peor… ¿en qué nivel os encontráis tú y tu pareja? ¿Sois una ensalada, unas lentejas o un puré?

Isabel Garreta Crespo, Monzón (Huesca)


Con tres, basta

Todo comenzó hace cuatro años. Mi por entonces mujer me dijo: tenemos que hablar. Quería su libertad. Ella ganó su independencia y un amante y yo perdí dos hijas y un piso, del que el banco, obstinadamente, sigue cobrándome la hipoteca. Siendo catalán de nacimiento, volví a Barcelona. No pude instalarme en el apartamento de mis padres, fallecidos hace tres años, a causa de unos okupas de los que gracias a la Colau no consiguen librarme ni el agua hirviendo ni los juzgados. Comencé a trabajar en la filial de una empresa inglesa radicada en el Vallés Occidental. Esta empresa que tuvo a bien acogerme hizo sus maletas rumbo a Inglaterra a primeros de 2018 como consecuencia de los altercados del 1-O y del movimiento de independencia catalán, y en un alarde de compasión tuvo a bien conservar mi puesto en Londres. Ahora, hace tres meses, gracias a la divina intervención de Cameron, Boris Johnson, Theresa May y el invento del brexit y el Reino Unido independiente (Dios los confunda a todos), mi empresa acaba de comprar una nueva sede en Fráncfort, y esta vez me veo o en la calle o comiendo salchichas. Hace dos semanas conocí a una guapísima escocesa. Me he dicho: «No, con tres basta».

Josep Lluengo i Mistral (Correo electrónico)


Juego de niños

Acabo de cumplir 21 años, estoy finalizando la carrera y actualmente trabajo en una ingeniería. Vamos, que me he metido de cabeza en la vida adulta. Estos días estoy siguiendo el juicio a los políticos y activistas encarcelados. Este conflicto ha generado en mí un mayor interés por la política. Por mi edad no puedo ser del todo crítico; con todo, esta situación era inimaginable y actualmente es insostenible. Si vamos al origen de esta controversia, el Estatuto de Autonomía aprobado hace más de 12 años, sorprende que desde su anulación posterior no hayan encontrado algún punto de encuentro. Yo sugeriría un mayor autogobierno para la totalidad de los territorios con una mayor igualdad y justicia. Haciendo a cada uno responsable de la administración de sus recursos, por tanto, de su destino. Veo esta contienda como un juego de niños, una relación de poder por poseer el balón más que por repartir juego. Entendiendo el poder como el dominio-autoridad sobre el inferior. Sustituyamos esta actitud por una más afable y sensata con el fin de conseguir mejores logros. Políticos adultos, por favor, dejen de hacer el niño.

Chelo Castro (Correo electrónico)


Enmienda al Gobierno

El Consejo Escolar del Estado, el máximo órgano consultivo del Gobierno, que se reunía a principios de año, presentaba 551 enmiendas al texto presentado por el Ministerio de Educación, que dirige Isabel Celaá. Muchas de estas enmiendas son a la totalidad, lo que indica que el Gobierno ha planificado las líneas de actuación en una materia tan sensible sin contar con los sectores implicados. Cabe recordar que dicho Consejo propuso que la Administración del Estado fije una porción mínima del uso de la lengua castellana en toda España, «como lengua oficial que es».

Jaume Catalán Díaz (Girona)

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El Alcatraz del Chapo

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La prisión estadounidense ADX Florence, en Colorado, es la más segura del mundo. Fue concebida como una fortaleza a prueba de fugas para encarcelar a los criminales más peligrosos. Ahora puede convertirse en el destino del Chapo Guzmán, el narco mexicano. Y es un destino terrible. Lea. Por Silvia Font

El día que atrapé al Chapo

“La vida ahí es peor que la muerte”.  Así resume Robert Hood, un antiguo oficial de la prisión, cómo es cumplir condena en ADX Florence. Cuando los presos se aproximan al complejo penitenciario de Florence y recorren los últimos metros hacia su nuevo destino, «pueden admirar la belleza de las montañas por última vez», narraba Hood. Y es que ADX Florence está deliberadamente diseñada para que los internos apenas tengan la vista de un minúsculo pedazo de cielo.

El aislamiento es total. Los reclusos no tienen contacto con nadie; ni entre ellos. Pasan encerrados en la celda 23 horas al día

Nadie ha conseguido evadir sus medidas de seguridad desde su apertura, en 1994. Ahora, todas las miradas están puestas en ADX -merecedora del sobrenombre del Alcatraz de las Rocosas- como la institución penitenciaria donde el líder del cártel de Sinaloa, Joaquín Chapo Guzmán, podría cumplir condena de por vida.

Si finalmente el capo mexicano es enviado a esta temida prisión tras el veredicto esperado el próximo 25 de junio, compartirá instalaciones con cerca de 400 presos en la unidad H, que cuenta con las medidas de control más extremas.

NEW YORK, NY - JANUARY 19, 2017: In this handout provided by U.S. Immigration and Customs Enforcement, Federal authorities announced Friday that Joaquin Archivaldo Guzman Loera, known by various aliases including, √¢El Chapo,√¢? will face charges filed in Brooklyn, New York, following his extradition to the United States from Mexico. Guzman Loera arrived in New York under heavy escort by special agents with U.S. Immigration and Customs Enforcement (ICE) Homeland Security Investigations and the Drug Enforcement Administration (DEA) and other authorities. (Photo by Ted Psahos/U.S. Immigration and Customs Enforcement via Getty Images)

El Chapo a su llegada a Estados Unidos tras ser extraditado

Anclada en medio de un paraje rural inhóspito en la localidad de Florence -a unos 185 kilómetros al sur de Denver, capital del estado de Colorado, y con las impresionantes montañas Rocosas de fondo-, ADX (Administrative Maximum Facility) es la única cárcel federal de máxima seguridad del país. El resto de las conocidas como ‘Supermax’, es decir, aquellas donde la metodología de encarcelamiento se basa en el aislamiento social casi total de los reclusos, pertenecen a los sistemas penitenciarios estatales.

HASTA SENSORES DE PISADAS

El Chapo, de ser finalmente este su destino, estaría dentro de un búnker penitenciario, protegido por una valla de alambre de púas de más de tres metros y medio de altura, vigilado por doce torres de control con agentes armados, sensores de pisadas, detectores láser y perros de ataque.

supermax carcel de maxima seguridad (2)

El complejo penitenciario de Florence incluye cuatro módulos de distinto grado de seguridad en un área de 249 hectáreas. La de máxima seguridad es la unidad H

En el interior, las medidas de vigilancia se multiplican. Esta Supermax, además de contar con la ratio de oficiales por preso más alta de todo el país, está diseñada en ‘unidades de control’ que funcionan como prisiones dentro de prisiones. Según un estudio del Centro de Política Judicial del Urban Institute, con sede en Washington, los costes de este tipo de instituciones penitenciarias triplican los de una institución de máxima seguridad habitual.

Desde su llegada, los presos están completamente engrilletados de manos, pies y cintura. En los pasillos impera el silencio, tan solo interrumpido ocasionalmente por los ruidos metálicos de presos que golpean las puertas de sus celdas ante la desesperación generada por el extremo aislamiento. En esta instalación nunca se traslada a dos reclusos al mismo tiempo, para evitar así cualquier contacto entre ellos.

Las ventanas de las celdas están diseñadas para que el preso solo vea un trozo de cielo y no tenga orientación alguna sobre su emplazamiento

También se aplican restricciones especiales para que los encarcelados no tengan forma alguna de ejercer ningún tipo de influencia dentro ni fuera de los muros de la prisión.

Tras su ingreso, el nuevo interno recibe un set de prendas de color caqui como uniforme y pasa a la celda, donde las paredes insonorizadas, lavabo, escritorio, silla e incluso cama son estructuras fijas hechas a base de cemento. Cada habitáculo de 3,5 por 2 metros tiene una ventana de 10 centímetros de ancho en un ángulo determinado para que el preso solo pueda alcanzar a ver un ínfimo trozo de cielo y no tenga orientación alguna de su emplazamiento dentro de las instalaciones.

The ADX (administrative maximum) Supermax Prison in Florence, Colorado is a state of the art isolation prison for repeat and high profile felony offenders. (Photo by Lizzie Himmel/Sygma via Getty Images)

En la celda todo es de hormigón. Las de máxima seguridad solo miden 3,5 por 2 metros

Allí pasará encerrado 23 horas al día, con tan solo una hora para hacer algo de ejercicio en otra aula de cemento ligeramente más grande. Sin prácticamente ningún contacto humano. Ni físico ni visual ni verbal. En los casos en que les son permitidas las visitas de familiares, son a través de un grueso cristal o por videoconferencia. Y son monitorizadas escrupulosamente.

Solo fuera de estas unidades de seguridad especial, a los presos se les reduce el aislamiento y tienen acceso a ciertos beneficios, como tener radio y televisión en blanco y negro -con una programación preestablecida- o recibir alguna llamada telefónica al mes.

The ADX (administrative maximum) Supermax Prison in Florence, Colorado is a state of the art isolation prison for repeat and high profile felony offenders. (Photo by Lizzie Himmel/Sygma via Getty Images)

Las 500 celdas tienen un doble cerramiento. primero, una puerta interior de rejas y, después, una segunda exterior de acero

El origen de este modelo tan duro se remonta a la década de los ochenta. Entonces, las cárceles de máxima seguridad estadounidenses experimentaron un drástico repunte de amotinamientos y asesinatos de personal de prisiones a manos de presos debido a la superpoblación en los módulos. Tras el asesinato de dos oficiales en la prisión federal de Marion (Illinois) en 1983, el centro penitenciario estipuló un encierro de emergencia de 23 horas al día y otras medidas restrictivas.

UN MODELO CUESTIONADO

El modelo se extendió por otras cárceles de máxima seguridad. Y en 1994 comenzó a operar ADX Florence, la madre de todas ellas, donde el 90 por ciento de su población reclusa llega como castigo por comportamientos de extrema violencia en otras cárceles.

En 2012, once reclusos de ADX presentaron una demanda contra el Departamento de Prisiones Federal alegando malos tratos a los presos con enfermedades mentales previas o desarrolladas dentro. Otras denuncias habituales señalan claustrofobia, depresión, alucinaciones y episodios psiquiátricos motivados por la falta de contacto humano que llevan a los reclusos a autolesionarse o a intentar suicidarse.

The ADX (administrative maximum) Supermax Prison in Florence, Colorado is a state of the art isolation prison for repeat and high profile felony offenders. (Photo by Lizzie Himmel/Sygma via Getty Images)

Los presos más peligrosos ni siquiera pueden acceder al patio. Solo pueden hacer ejercicio en un aula cerrada

Ningún país en el mundo utiliza el confinamiento solitario de forma tan extendida como Estados Unidos, apuntan desde Amnistía Internacional. Y el sistema ha sido cuestionado desde instituciones como Naciones Unidas y la Corte de Justicia Europea.

Por el momento, el Chapo Guzmán aguarda a conocer su condena definitiva confinado ya en solitario en un ala de alta seguridad del Metropolitan Correctional Center, una prisión de Manhattan conocida como el pequeño Guantánamo. Que puede no parecerle tan horrible si finalmente acaba en Florence.

DIME CON QUIÉN TE ENCIERRAN Y…

Dzhojar Tsárnayev → Maratón de Boston

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Ciudadano norteamericano de origen kirguiso, lleva casi cuatro años en ADX Florence a la espera de recibir una inyección letal. Fue condenado por el atentado con bomba de la maratón de Boston de 2013, donde murieron tres personas. Él y su hermano Tamerlan, abatido por la Policía, planeaban un golpe similar en Times Square de Nueva York.

Michael Swango → Asesino en serie

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A este médico de 64 años se le atribuye el asesinato de 60 pacientes y colegas, aunque él solo admitiera tres de ellos ante el tribunal que lo condenó a perpetuidad en el año 2000. Su rastro de muerte se extiende por Ohio, Illinois, Massachusetts, Virginia, Dakota, Nueva York y Zimbabue, lugares donde desarrolló su carrera.

Theodore Kaczynski → ‘Unabomber’

**EXCLUSIVE** American domestic terrorist, luddite, and mathematics teacher Ted Kaczynski looks at a document pressed to the dividing glass by an interviewer during an interview in a visiting room at the Federal ADX Supermax prison in Florence, Colorado, August 30, 1999. (Photo by Stephen J. Dubner/Getty Images)

Entre 1978 y 1995, este matemático de 76 años envió 16 bombas a universidades y aerolíneas, con las que mató a 3 personas e hirió a otras 23. En el manifiesto enviado a The New York Times que permitió su detención, llamaba a una revolución mundial contra las consecuencias de la sociedad moderna.

Zacarias Moussaoui → Atentados del 11-S

UNDATED FILE PHOTO - French-born Moroccan Zacarias Moussaoui is pictured in this undated Sherburne County (MN) Sheriffs Office photo. Moussaoui, who investigators say was supposed to be the 20th hijacker in the September 11, 2001 terrorist attacks in the U.S., has argued in court that he should be allowed access to senior al-Qaida operatives for his defense. The judge in the case agreed and ordered the government to make the witnesses available, but federal prosecutors have refused, saying the move would endanger national security. Prosecutors, in documents released September 25, 2003, urged the judge to dismiss the charges against Moussaoui so that they can appeal the order for access to the al-Qaida officials. (Photo courtesy of the Sherburne County Sheriffs Office/Getty Images)

Este francés de origen marroquí es el único condenado, en 2006, por los atentados del 11-S. Pese a estar preso aquel fatídico día por violar las leyes de entrada a EE. UU., admitió pertenecer a Al Qaeda y haber sido elegido por Bin Laden para estrellar un avión en la Casa Blanca en un eventual ataque posterior. Cumple seis cadenas perpetuas.

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Los últimos del Estado Islámico

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Las familias de los yihadistas abandonan Al Baduz, el reducto final de los combatientes de ISIS en Siria. Por Fátima Uribarri

Los cachorros de ISIS

Más de 15.000 personas han salido de Al Baduz, el último reducto del Estado Islámico en Siria. Las mujeres y los niños de la imagen son las mujeres y los hijos de los combatientes de ISIS. Esperan a que miembros de las Fuerzas Democráticas de Siria, una milicia kurdo-árabe con apoyo militar de Estados Unidos, los lleve al campo de Al Hol, a 300 kilómetros de allí. A los hombres que se han entregado se los han llevado a centros de detención para interrogarlos.

En el campo de Al Hol se concentran 57.000 desplazados; el 90 por ciento, mujeres y niños

Estas familias se encontrarán en el campo de Al Hol con otros 57.000 desplazados; el 90 por ciento de ellos, mujeres y niños procedentes de territorios antes dominados por el califato islámico que en 2014 llegó a copar un vasto territorio de Irak y Siria. De Irak los expulsaron en 2017. Ahora, en Siria, las tropas gubernamentales, con apoyo de Rusia, han recuperado casi todo el país. Falta Al Baduz. Está sembrado de minas y túneles donde se atrincheran los últimos del ISIS.

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